En la mayoría de los idiomas cuando se quiere expresar el dolor psicológico, resultado del rechazo sentimental, del abandono o de la pérdida de un ser querido, se echa mano de frases que hablan de dolor físico como «un golpe fuerte» o «una herida abierta». La explicación de la cercanía entre estos dos tipos de dolor se atribuye a la extrema dependencia y necesidad de cuidados en los primeros años de vida. El desvalimiento de los niños pequeños conduce a formar una estrecha relación de apego con quienes se ocupan de atenderlos. Cuando se produce la separación y la ruptura temporal o definitiva del vínculo se desencadenan reacciones desagradables e intensas, similares a las provocadas por el dolor físico.

La supervivencia depende de ello. A lo largo de los años ambos tipos de dolor poseen aspectos comunes y se manifiestan de manera parecida.

La psicóloga Naomi Eisenberger descubrió que cuando una persona sufre el rechazo social, aunque sea en una situación artificial de laboratorio y en condiciones leves, se activan las mismas áreas cerebrales que cuando se experimenta un dolor físico. Sucede igual al contemplar imágenes de una persona querida fallecida. Sus trabajos han ido más lejos. Partiendo de los aspectos comunes de los dolores físico y psicológico ha administrado analgésicos corrientes que actúan contra el dolor a nivel cerebral y ha encontrado que también alivian el dolor provocado por el rechazo social. Como era de esperar, la actividad cerebral en las regiones comunes al dolor físico y al dolor psicológico se reducía al tomar el fármaco.

A la espera de la confirmación futura de estos resultados cabe preguntarse acerca del efecto de estos fármacos sobre la conducta interpersonal. Por ejemplo, podría olvidarse uno de esas frases que ha dicho u oído para endulzar el trago del rechazo sentimental: «Podemos seguir siendo amigos», «el problema no eres tú, soy yo» o el hipócrita y deleznable «sólo quiero que seas feliz». Bastaría con decirle al rechazado «ve a la farmacia y te tomas esto», con la seguridad de que se le hace un favor y además se le va a aliviar de verdad su dolor.

No es todo tan sencillo. El analgésico no sólo atenúa las reacciones negativas sino también las positivas, dificultando disfrutar de las cosas buenas de la vida. Reduce además la empatía o consideración de la gente hacia los demás, lo que posee consecuencias importantes sobre su entorno social. Por otro lado, el dolor físico y psicológico forman parte inevitable de nuestra existencia y en muchas situaciones pueden contribuir a fortalecer las relaciones con los demás y a formar el carácter. A menudo, recordar un amor perdido o la persona amada desaparecida tiene no sólo aspectos negativos sino también positivos. Precisamente en las personas que sufren un duelo prolongado se observa que no sólo se activan las regiones del cerebro relacionadas con el dolor, sino con el placer. El recuerdo de la persona que se fue continúa siendo placentero y puede alargar o acortar el duelo. Sensaciones agridulces, parte importante de nuestras vidas.