El viernes pasado fue Black Friday. Ya se habrán percatado y si no es así pronto lo harán al ver el saldo de la tarjeta de crédito. Se trata del enésimo invento del consumismo para comprar más, pagando supuestamente menos. Todas las cosas que no necesitamos, por ejemplo, están mucho más baratas estos famosos cinco días, porque el reclamo no dura solamente uno; los ´chollos´ se prolongan hasta el Ciber Monday, que como su nombre indica cayo ayer, lunes lunes. Además del comercio tradicional entran en juego también las tiendas online, por lo que hay que tener cuidado con el buzón electrónico propenso a los sapos y a las culebras. Ojo con la tarjeta, no abrir correos de personas desconocidas, atentos a los hackers.

El Viernes Negro llega acto seguido del Día de Acción de Gracias, otra fecha del calendario anglosajón que ya encontraremos la manera de apuntarnos a ella igual que hicimos con el Halloween, un negocio de miedo. Este es un país de compradores compulsivos donde también proliferan los aficionados a los artículos de broma importados de EE UU. El Halloween lo celebraba con extremada devoción el satanista británico Aleister Crowley, además de cientos de españoles dispuestos a emular costumbres que no son las suyas porque a alguien le ha dado por ponerlas de moda desde hace ya unos cuantos años.

El Black Friday es un asunto todavía más serio que el Halloween y que el Día de Acción de Gracias, que pronto, si no me equivoco, incorporaremos a nuestras tradiciones. Consiste en consumir: algo que se nos da tradicionalmente bien en este país. Las rebajas, las gangas, son excusas tan trilladas y recurrentes para comprar artículos prescindibles que coleccionamos varios viernes negros durante el año. Todo ello sin darnos importancia.