El jueves, 24 de noviembre, murió en Madrid Marcos Ana, y como animado por el viaje al más allá que emprendía su compañero, Fidel Castro lo siguió un par de días más tarde. El último comunista español y el último comunista mundial nos decían adiós de la mano, y, como suele pasar en estos casos, muchos se apresurarán a resucitarlos con la misma precipitación con la que otros intentaban enterrarlos ya antes de su muerte. Sin embargo, lo interesante de un hombre como Marcos Ana o de una figura como la de Fidel es que la trayectoria de ambos es tan rotunda que resulta imposible despacharla de un plumazo. Es cierto que los avances sociales que conquistó Fidel para Cuba son innegables, pero no es menos cierto que igualmente innegables fueron sus vulneraciones de libertades individuales y de los Derechos Humanos. Por expresarlo en los términos en los que lo expresaría el comandante: la Historia no los absolverá pero tampoco los condenará.

En España el Partido Comunista no supo subirse al tren de la transición y en el mundo, con la caída del muro de Berlín y la derrota del comunismo, fueron perdiendo fuelle hasta que solo les quedó el último vagón de una sociedad cubana en vía muerta. A partir de ese momento, la Historia, esa Historia con mayúsculas que es el gran y único juez del marxismo, ha ido arrinconando a los comunistas en los museos del siglo XX. Y ante los avances del capitalismo (que ha sido capaz incluso de disfrazarse de comunista para conquistar China) no les queda a los nostálgicos ya sino enarbolar sus viejas banderas, con más o menos fe, pero siempre con la misma fortuna.

Ya lo dijo Warren Buffett, claro que hay una lucha de clases y la estamos ganando los ricos. Enhorabuena Warren, el problema es que los ricos sois muy pocos y los que vamos perdiendo somos la inmensa mayoría. Nuestra tarea hoy, por tanto, no es la de absolver o condenar a Fidel Castro o a Marcos Ana, no es la de enterrarlos o resucitarlos. Dejaremos eso a los maniqueos. Nuestra tarea hoy es la de ganar la lucha de clases. Y están tan locos aquellos que niegan toda razón de ser al comunismo como aquellos que consideran que en pleno siglo XXI puede ser eficaz a la hora de ganar las instituciones de un país moderno y democrático.

El sueño revolucionario de 1917 acabó convirtiéndose en la pesadilla estalinista, del mismo modo que el liberalismo capitalista acabó degenerando en el fascismo. En Cuba convivían el infierno y el paraíso del comunismo, a la vez que en el mundo globalizado conviven el infierno y el paraíso del capitalismo. Por su parte, abundan los neoliberales que se empeñan en emitir un juicio a favor del capitalismo y escasean cada vez más los comunistas o anticapitalistas que se empeñan en emitir un juicio en su contra. Pero todos ellos tienen algo en común: se empeñan en emitir un único juicio, total y absoluto.

Seamos honestos, los seres humanos no podemos crear o impugnar sistemas socioeconómicos en su totalidad. Dejemos los juicios para la Historia. Nuestra tarea es más modesta, más terrenal. Nuestra tarea es participar en la lucha en la que estamos inmersos e intentar ganar. Ese es el deber de todo revolucionario, y todos llevamos un revolucionario dentro. Ganar.

El año pasado se publicó el último poemario de Marcos Ana; se titulaba Vale la pena luchar. Tenía razón Marcos; vale la pena luchar, pero solo vale la pena si se lucha para ganar. Y apostando al todo o nada del comunismo, ya lo sabemos, no se gana. La muerte de Fidel Castro ha cerrado definitivamente un siglo. Vivimos ya de lleno el siglo XXI. Podemos volver a jugar como antes y quedarnos sin fichas o podemos jugar para cambiar nuestra fortuna. Hagan sus apuestas, señores.