Los españoles de la transición a la democracia tuvieron el privilegio de protagonizar otras dos: la evolución de una Administración centralista al Estado de las Autonomías y la integración de España en la Unión Europea. Tres procesos en uno: pasar de una dictadura a un sistema de libertades, aprender a decidir en el nivel más eficaz y ceder soberanía para compartir más poder en el ámbito europeo.

Hoy, tres décadas después, somos el quinto país en población y peso económico de la UE, nuestro PIB se ha duplicado, nuestra renta per cápita se ha aproximado claramente a la media comunitaria y la red de transportes es de las más avanzadas del mundo. Una historia de éxito, gracias a la solidaridad europea, al dinamismo de las comunidades autónomas y a un cambio de mentalidad en la forma de concebir y administrar los fondos europeos.

Gestionar cerca de ciento noventa mil millones de euros de las arcas comunitarias en treinta años no es nada fácil. Primero hay que fijar los objetivos de lo que necesitamos para mejorar la vida de los ciudadanos; después, un esfuerzo económico por parte de las autoridades para cofinanciar dichos proyectos y, por último, rendir cuentas de forma eficaz. En definitiva, ideas, recursos y transparencia. Por eso, pertenecer a la Unión no debe medirse solo en términos cuantitativos sino también cualitativos.

Sin darnos cuenta, Europa se ha metido en nuestras vidas. El aire sano que respiramos, la mejora de la red de carreteras, la moneda común, el intercambio de estudiantes y profesores, los proyectos científicos, la libertad de establecimiento, el derecho a votar y a ser elegidos en elecciones locales y europeas para residentes de otros estados miembros, la tarjeta sanitaria comunitaria, el desarrollo rural, la cooperación interregional y transfronteriza, la recuperación del patrimonio natural y cultural, los fondos para catástrofes, etc.

La Unión Europea es una comunidad de Derecho donde impera la Ley, se protege el Estado de bienestar, se respetan los derechos humanos y el medio ambiente. Es, además, el principal donante de ayuda para países en vías de desarrollo. Y lo ha conseguido de forma pacífica, dejando atrás siglos de enfrentamientos bélicos. La nación más poderosa del mundo, Estados Unidos, necesitó, sin embargo, una guerra civil, a mediados del XIX, para lograr la unión, cuyos beneficios son cada día más evidentes.

La UE tiene graves retos que afrontar: problemas internos de su propia integración y los sobrevenidos como las secuelas de la gran recesión, la pérdida de posiciones en la carrera tecnológica, la crisis de los refugiados, el terrorismo yihadista, la futura salida de Gran Bretaña (uno de sus miembros más importantes), las tendencias nacionalistas y populistas, o la amenaza proteccionista contra el libre comercio.

Necesitamos que los jóvenes no den por hecho lo conseguido por España y el resto de la UE en estos años. Hay que trabajar con ahínco para fortalecer la Europa que imaginamos: democrática, grande, solidaria, inclusiva y a la cabeza de la investigación y la innovación. Y hay que defender con entusiasmo los logros de aquellos españoles que protagonizaron las tres transiciones. Sin duda, el mayor avance de nuestra historia en siglos.