Cada vez con más frecuencia escucho más historias sobre infidelidades sentimentales. Algo que me sorprende bastante y no porque no esté curada de espanto, que lo estoy, si no porque no comprendo que en pleno siglo XXI, una época que se supone libre de convenciones sociales en la que casi todo el mundo hace lo que quiere cuando quiere, todavía existan personas que se decanten o se vean abocadas a engañar a la persona que tienen al lado en lugar de romper la relación, 'coger la puerta' y volver por el camino por el que vinieron.

He leído algunos artículos y libros que intentan justificar de algún modo o arrojar un poco de luz sobre las causas de la infidelidad. No estoy de acuerdo con prácticamente nada de lo que he descubierto hasta el día de hoy sobre las razones psicológicas que explican por qué hombres y mujeres de todo el mundo se siente atraídos por personas comprometidas y casadas, no disponibles.

Los motivos tales como la competitividad, la seguridad, el ego, la autoestima y el poder me parecen de lo más peregrinos en la época en la que nos encontramos. Desde un punto de vista social y psicológico se pretende justificar, amparándose en traumas de la infancia y la juventud, lo injustificable: un engaño miserable y mezquino moralmente despreciable.

La falta de fidelidad no creo que tenga nada que ver con los choques emocionales que sufrimos a lo largo de la vida, si no que más bien responde a una falta de educación, valores y principios. Tanto el infiel y como la tercera persona ponen en jaque la existencia de otra por culpa de una ausencia total de dignidad y escrúpulos. Se dejan llevar por el aburrimiento, la monotonía, los instintos más primarios y la sed de 'aventuras' para embarcarse en una historia sórdida falta de toda categoría sin medir en principio las consecuencias de lo que van a provocar: sufrimiento, dolor y desconcierto.

Nunca he entendido el atractivo que otros y otras encuentran en los dormitorios ajenos. Me resulta inconcebible que te pueda atraer una persona que sabes de antemano está traicionando la confianza de su pareja y de sus hijos, y que te resulte estimulante por el mero hecho del reto, de lo prohibido, de pertenecer a otro que no seas tú mismo.

Es caprichoso, cutre, infantil y de mal gusto. Ellos y ellas, el infiel y la tercera persona, puede que se sientan protagonistas de una historia apasionante y clandestina, pero lo cierto y verdad es que protagonizan unos papeles cobardes y chabacanos de lo más simple. Patrañas innecesarias en pleno siglo XXI, donde las convenciones sociales ya no significan lo mismo que antes, y nadie está sometido a estrictos principios morales dominados por la represión sistemática de las pasiones.

Un sin sentido que pone en evidencia la escasa catadura moral, los sentimientos de inferioridad de aquellos que parecen más fuertes y seguros, pero que en realidad se valoran a sí mismos menos que nada y necesitan de los 'bienes' ajenos, aquellos que pertenecen a otros, para sentirse superiores.

La fidelidad que implica un matrimonio o una vida en común es una cuestión de fortaleza, límites y resistencia, especialmente de fortaleza para resistir juntos los momentos difíciles y desiguales de tedio, soledad y debilidad que una vez superados refuerzan la unión de esas dos personas.

Nunca me han gustado las tentaciones, los estímulos o impulsos repentinos que inducen a obrar mal. Prefiero vivir rodeada de líneas imaginarias o fronteras que me procuran estabilidad y seguridad. Se vive mejor con ellas; mi mundo tiene unos límites y me gusta que los tenga.