Dice Rajoy que lo mejor que puede hacer a estas alturas es «estar callado». Sobre todo en unos momentos en que a algunos acusados de la Gürtel se les está desatando la lengua. Rajoy también calla porque ve cerca la rendición del PSOE, de la Gestora del PSOE para ser más exactos, y Correa habla porque busca atenuantes para reducir la pena de 125 años que pide el fiscal para él.

Que el PSOE se va a abstener en la investidura de Rajoy a finales de mes es algo que dejaron escrito quienes en el último Comité Federal montaron un putsch, con ribetes vodevilescos, contra Sánchez, su entonces secretario general. Sólo falta buscar ahora un relato que justifique lo difícilmente justificable. Buscar una fórmula que permita lo que algunas empiezan a llamar una abstención 'técnica'. Esto es, que ese día, por ejemplo, once diputados dejen de acudir a su trabajo por exigencias del guión. Y Rajoy, que sabe mejor que nadie lo complicados que son estos malabares políticos, calla y aguarda, por la cuenta que le trae.

Todo lo contrario de lo que está haciendo Correa estos días, que se ha puesto a largar, a desembuchar. Cosas que se sabían, es cierto, pero con algunos detalles esclarecedores. Cosas conocidas, es verdad, pero que el PP siempre ha negado. Con un discurso, por otra parte, espeluznante, impúdico, obsceno.

Cuenta Correa con la mayor naturalidad del mundo cómo operaba aquel entramado político-empresarial mafioso destinado a enriquecerse saqueando las arcas públicas; cómo amañaban contratos y adjudicaciones de Fomento o de Medio Ambiente (carreteras, autovías, AVE) y se repartían las comisiones con los políticos del PP. Entre ellos, un tal Bárcenas que era, mira por dónde, tesorero del partido y llevaba unos cuadernos contables con anotaciones tan interesantes como los sobresueldos en negro que entregaba, según dijo, a los dirigentes más destacados de la formación, incluido Rajoy. «Yo me pasaba el día en Génova, pasaba más tiempo allí que en mi despacho», ha confesado el cabecilla de la trama ante el tribunal. Y por si alguien tiene alguna duda de lo que hacía allí apostilla: «Tenía una tarjeta especial para acceder a la sede del PP a entregar las comisiones sin pasar por ningún escáner».

Claro que todo esto se sabía o se intuía. Pero no está de más que Correa lo diga públicamente ante un tribunal para que se termine de enterar todo el mundo. Incluido el actual presidente del Gobierno en funciones, que lleva ocupando cargos de responsabilidad en el PP desde hace décadas y nada de esto le podía ser ajeno.

Ante acusaciones tan graves algo debería decir el candidato a la investidura. Pero éste prefiere callar y ahuecar el ala en estos días convulsos en que el PSOE, fracturado y descompuesto, se debate entre investirlo o ir a unas terceras elecciones; y de los tribunales, convertidos en bocas de alcantarilla, está saliendo a la superficie toda la inmundicia que su partido lleva dentro.

¿Qué podría decir, por otra parte, quien ha sido responsable de una formación que, visto lo visto y oído lo oído en la Audiencia Nacional, se convirtió bajo su mandato en una organización corrupta destinada a financiarse ilegalmente, a organizar actos electorales con dinero negro y a enriquecer a muchos de sus políticos?

Pues lo que dice, por boca de Cospedad o Casado. Que esto es sólo «un asunto del pasado que nada tiene que ver con el PP actual» y que hay que dejar «trabajar a la Justicia». ¡Cómo que no tiene nada que ver el caso Gürtel con el PP actual! ¿Acaso no es Rajoy su punto de unión? Claro que hay que dejar trabajar a la Justicia, pero no intentando, como ha hecho el abogado del PP, anular el juicio.

Calla Rajoy y habla Correa. Y el silencio de uno se hace tan insoportable como las revelaciones obscenas del otro.