Muchos niños sueñan con ser futbolistas y marcar el gol de la victoria en un partido decisivo. Otros se conforman con ser porteros para, al menos, como le pedía Di Stefano a un portero que tenía cuando entrenó al Valencia, «no meter dentro las que se vayan fuera». A mí, en cambio, me hubiera gustado mucho ser árbitro, pero nunca di el paso porque llevo muy mal lo de que me menten a la madre y a los difuntos. Quería llevar el pito por dos motivos. Primero, para darme el gustazo de atracar a mano armada al Barcelona en su propio estadio (y de manera descarada), y también para hacer ese gesto de mandar seguir el juego tras una falta que ha visto todo el mundo excepto tú. No me hace tanta gracia el 'sigan, sigan' que, hablando ya de política, estamos a punto de aplicarle a una gente que, durante años, se ha estado dedicando a inflar el precio de cualquier obra que se hiciera en España para que una tropa de golfos robara a manos llenas y se pegara la vida padre a costa, como siempre, del bolsillo de los demás. Las obscenas confesiones que escuchamos estos días en el juicio del caso Gürtel deberían hacernos reflexionar. Pero aquí no pasa nada. Sigan, sigan...