Tenía intención de escribir sobre la situación actual de la política española, a propósito de la dimisión de los diecisiete miembros de la Ejecutiva del PSOE para provocar la caída de Pedro Sánchez, pero después de ver las declaraciones del ´líder´ de los socialistas, de otras figuras políticas representantes de otros partidos y los titulares sensacionalistas de los que se supone son periódicos serios, como el de un prestigioso periódico internacional que hace alusión a la ridícula y bochornosa lucha interna entre socialistas como la mayor crisis desde la Transición, concluyo que los grupos políticos, sin excepción, lejos de preocuparse por el bienestar de la ciudadanía, que intuyo les importa un bledo, siguen en sus trece de aprovechar cualquier tipo de crisis para obtener réditos políticos.

No merece la pena perder el tiempo mucho más en este asunto, carente de sentido, verdad y sensibilidad con la ciudadanía. Han demostrado de manera fehaciente no ser dignos de confianza, reconocimiento y respeto.

El asunto sobre el que quería escribir hoy lo tenía también pensando desde hacía semanas, pero me daba mucha pereza por las futuras protestas y frases quejicas que sé de sobra inundarán mi teléfono móvil a lo largo del sábado por la mañana. No me interpreten mal, acepto las críticas, pero no las defensas con argumentos peregrinos y sin fundamento.

He de reconocer que hasta hace poco tiempo esta pareja de estrellas me entusiasmaba igual o más que a la mayoría, pero un día descubrí que, como los políticos, estaban faltos de naturalidad en su modo de proceder y que detrás de esa apariencia perfecta, diplomática y neutral se escondía un matrimonio artificial e hipócrita, falto de espontaneidad y de franqueza.

Alaska y Mario Vaquerizo han dejado de parecerme divertidos; ahora, al contrario, sus apariciones y declaraciones en diferentes medios de comunicación me parecen tan aburridas y ficticias como la venta de bolsos y otros artículos de lujo de los ´top manta´ callejeros.

Durante mucho tiempo, demasiado diría yo, he tardado en descubrir que este matrimonio bien avenido, que ha sabido explotar como pocos su imagen, no es más que una imitación, una buena copia de algo que ellos pretenden aparentar como genuino y original.

No me puedo creer, y ustedes tampoco deberían, su falsa perfección y aparente diplomacia. Después de tantos años, décadas, campando a sus anchas por escenarios y estudios de radio o televisión, me provoca desconfianza cuando menos que jamás se inclinen por nada ni por nadie oponiéndose a posibles confrontaciones y a tomar parte en cualquier tipo de conflicto.

Su indiferencia no me resulta atractiva o simpática, sino que hace que me planteé seriamente cuál es el secreto de su éxito, de la ´poción mágica´ que vuelve locos a cientos de su fans que aspiran en un futuro, más cercano que lejano, a ser tan ricos, guapos y famosos como ellos. Pretensiones de una generación que me alarma y escandaliza a partes iguales y que, lamentablemente, reflejan las intenciones e ilusiones de varias generaciones.

Observo no solo en la fama, en la política y en el espectáculo, sino en otros ámbitos de la sociedad en general que la mayoría prefiere la mentira a la verdad. Evidentemente, la primera siempre será infinitamente más cómoda que la segunda, aunque no por eso la certera y correcta, ya que a base de errores y cientos de baches, uno descubre que el medio para alcanzar nuestros afanes y anhelos no es otro que el de la verdad puesto que sólo ésta es la única capaz de perdurar en el tiempo.

A muchos, el matrimonio formado por Alaska y Vaquerizo les ´huele a rosas´´; a mí, sin embargo, su perfecta y pulcra personalidad cada vez me huele más a chamusquina, la tostadura de un asunto que, intuyo, tendrá mal final.