Al principio de Esperando a Godot,Estragon le dice a Vladimir: «No hay nada que hacer», a lo que el último contesta: «Empiezo a creerlo yo también». Este diálogo pertenece al ámbito de la literatura pero parecer reflejar con convincente realismo el estado de opinión de la mayoría de los ciudadanos españoles ante la posibilidad de que se llegue a formar Gobierno antes de que se cumpla el plazo hasta una nueva convocatoria electoral.

Entre tanto, pasan cosas y no me refiero a la teatralidad de los intentos de conseguir una investidura. Eso forma parte del espectáculo de entretenimiento, son los entremeses entre los sucesivos actos de la obra sobre cómo formar Gobierno, que, de momento, puede parecer interminable. Ya van dos actos y caminamos hacia el tercero, pero pueden seguir un cuarto y cuantos más hagan falta para alcanzar el final deseado por los guionistas.

No es que los políticos de los dos partidos conservadores, PP y PSOE, no entiendan lo que la ciudadanía expresa en las urnas. Lo entienden, porque son personas de inteligencia más o menos normal, es decir, mediocre. Lo que pasa es que no les gusta que se les diga que ya no están solos, por lo que nos obligarán a seguir votando hasta que entremos en la razón que a ellos les conviene: volver al orden de la alternancia bipartidista. Para alcanzar ese objetivo han de quitarse de encima a los nuevos partidos que les pisan los talones. Y tal vez lo consigan por agotamiento del personal.

Más allá de la teatralidad, también pasan cosas en los partidos, algunas seguramente como efecto del nerviosismo, otras espero que como consecuencia lógica de una nueva concepción de la política. Entre estas últimas, la única que me despierta del sopor de la reiteración es la discrepancia, en algún caso debate, en el seno de los partidos.

El sistema conceptual dentro del esquema político en el que nos movemos desde que la democracia se instauró, casi por decreto, está tan viciado que la mera existencia de un debate es percibida como un síntoma de descomposición y si, además, ese debate se produce de manera abierta, cunde el desconcierto entre los observadores y crecen los augurios de crisis terminal.

En realidad, este hecho no debería sorprender si tenemos en cuenta las tradiciones en los dos partidos que se han venido repartiendo el poder. El PP hunde sus raíces en una cultura dictatorial y el PSOE ha crecido en otra en la que quien se movía no salía en la foto. Por ese motivo el debate ha sido inexistente y cualquier discrepancia solo ha podido entenderse como ruptura. Sin embargo, un debate es una confrontación de ideas y de opciones tan consustancial a la democracia que la inexistencia del mismo nos arroja al totalitarismo.

Creo que el debate dentro de Podemos se inscribe en esa dinámica, ya que la confrontación de objetivos, proyectos y estrategias forma parte de su ADN. Se me podrá rebatir recurriendo a las palabras de dos de sus representantes, Echenique o Monedero. Dice Monedero que «la discusión en Podemos es ideológica y de poder», mientras que Echenique, para quitar fuego, niega lo último. Pero es Monedero quien lleva la razón porque todo debate, sobre todo si es político, es ideológico y se produce en el marco de una lógica de relaciones de poder. En un debate, cada participante pretende imponer su criterio mediante argumentos con los que intenta convencer. Es tan obvio que casi avergüenza tener que recordarlo.

Si esto es lo que ocurre en Podemos, habrá que agradecer a la formación no solo que nos permita tomar parte en la discusión desde el conocimiento, la reflexión y, por supuesto, desde el apasionamiento sino, sobre todo, que nos saque de la monotonía del discurso único y oficial que todos repiten como autómatas.

La superación del 'forofismo' en la vida política de este país debe de ser una meta en la nueva política, si quiere ser verdaderamente nueva. El pluralismo, con lo que conlleva de discrepancia, debate y de legítima lucha por el poder, es la condición sine qua non para que la democracia haga frente a los desafíos internos y externos que la amenazan. Por eso, el debate abierto en el seno de los partidos políticos es un buen síntoma, un síntoma de que las cosas están cambiando en este país.