Mi amigo Guillermo, abogado de profesión, lector de toda la prensa que a diario cae en sus manos y escuchante de toda la radio posible a cualquier hora, me plantea una posible solución a la realidad de ingobernabilidad en la que estamos desde el año pasado: «Todos quieren evitar nuevas elecciones, pero dejar solo en manos del PSOE la responsabilidad de que no se repitan los comicios es inviable, porque supondría el suicidio político de Pedro Sánchez, sacrificio que, supongo, no tendrá ganas de hacer. Sin embargo, si es verdad lo que propugnan todos los líderes, es decir, que nadie quiere más votaciones, deberían contribuir -previa tapada de nariz- a que Rajoy gobernara gracias a la ausencia -que no abstención- del hemiciclo el día de la segunda votación de uno o dos diputados de cada una de las formaciones de la oposición, dependiendo de su peso específico en el hemiciclo. Para disimular, unos se podrían poner enfermos, otros podrían perder el tren a la capital y a otros les podría surgir un compromiso ineludible a última hora. Y así hasta 11 valientes. El PP, junto con Ciudadanos y Coalición Canaria, sumaría 170 escaños y los demás grupos parlamentarios lograrían 169 noes. Resultado: ya tenemos Gobierno y todo el mundo a trabajar. Unos a gobernar en minoría; otros a controlar a ese Ejecutivo. No creo que, a estas alturas, sea tan complicado». Supongo que ningún gobernante tomará nota de este planteamiento porque ya saben que las claves políticas e, incluso, el lenguaje que emplean estos profesionales es distinto al del resto de los ciudadanos. Sin embargo, de lo que probablemente sí saquen conclusiones nuestros gobernantes es de los resultados de las elecciones en Galicia y en el País Vasco, que tienen lugar hoy. Todo el mundo mira a estas dos comunidades autónomas históricas con la esperanza de que despejen el camino de la política nacional aunque, a resultas de los últimos movimientos habidos en la familia socialista, no tengo claro que el desenlace que conoceremos dentro de unas horas pueda certificar que vamos a tener Gobierno en España en breve sin necesidad de poner otra vez las urnas.

Mi hijo tiene 11 años y me barrunto, por las conversaciones que he mantenido esporádicamente a lo largo de las últimas semanas con él, que está preocupado por el futuro de este país. «Papá, ¿habrá terceras elecciones?», me ha preguntado en varias ocasiones con excesivo afán. Supongo que escuchará frases perdidas por aquí y algún comentario relativo a la actualidad por allá y creo que sospecha que no debe ser bueno que llevemos tanto tiempo sin Gobierno. Y entonces me intereso por saber hasta qué punto está inquieto ante este tema: «Y tú, ¿qué crees que se puede hacer para solucionar este problema?». «Papá, no creo que sea tan difícil que unas cuantas personas se pongan de acuerdo, si es que quieren hacer cosas buenas para todos», me comenta con cierta conmiseración. «Pero no, papá, a mí me da lo mismo lo que hagáis, es un problema vuestro porque yo todavía no puedo votar», me espeta con mucha sorna. Y ojalá ya no fuera nuestra responsabilidad, sino obligación de los políticos. Al igual que mi hijo por la edad, nosotros no tendríamos que tener que votar más tras hacerlo en dos ocasiones. Pero mucho me temo que nos van a tentar una tercera para certificar el fracaso absoluto. Lástima que no podamos traer a Groucho Marx para solucionar la situación a la que nos enfrentamos: «Claro que lo entiendo, -decía el genial humorista al que la Filmoteca Regional dedica un acertado ciclo este trimestre-. Incluso un niño de cinco años podría entenderlo. ¡Que me traigan un niño de cinco años!». Que le pregunten a un crío, con la edad que sea, y tal vez nos dé la solución.