Hay noticias que me resultan especialmente emocionantes. Se me ocurren muchas y en muchos ámbitos. Me emociona, por ejemplo, leer sobre los esfuerzos de Médicos sin Fronteras en los mil y un rincones infrahumanos en guerra en donde desarrollan su labor. Me emociona también la fuerza con que las mujeres africanas pelean por sacar adelante a sus pobres familias, la entereza de los periodistas que informan sobre los narcos en Méjico o el discurso y los escritos de la niña paquistaní que recibió un premio Nobel tras tener el coraje de continuar enfrentándose a los integristas tras que éstos le descerrajaron varios tiros en la cabeza.

En otra escala, y orientado por una inclinación que es tanto profesional como personal, me emociona cuando sé de alguna especie animal o vegetal descubierta o redescubierta para la ciencia, o cuando se da la noticia de que tal planta o tal bicho que se creía extinguido muestra poblaciones con más vitalidad de la que se suponía. Las especies que nos acompañan en la aventura de la vida no son meros acompañantes de nuestra trayectoria, sino piezas indispensables, una a una y todas en conjunto, de la biosfera que nos acoge.

En nuestra región son también posibles noticias emocionantes relacionadas con las especies. La costa de Calblanque tuvo este verano indicios de presencia de uno de los más interesantes bichos de los que pueden poblar las costas, la Tortuga Boba. En el Mar Menor, ecosistema doliente como pocos, Anse ha dado noticias de que ha vuelto a criar el aguilucho lagunero, oficialmente extinguido en nuestra región desde 1995. En cuanto a vegetación, no es tan raro como pudiera parecer que los excelentes botánicos murcianos informen sobre el descubrimiento de ejemplares de tales o cuales especies que o no estaban o no se las esperaba por nuestros territorios.

La emoción que subyace a estas noticias creo que estriba en comprobar en que la biodiversidad, pese a todos nuestros esfuerzos en contrario, resulta ser tozuda y potente. En particular en nuestra región así parece comportarse. Todo el sureste peninsular resulta una zona especialmente rica y diversa en la que no es nada extraño, por ejemplo, que nuestra botánica alcance especiales rangos de singularidad. Somos tan iberoafricanos, estamos tan estresados hídricamente, guardamos tal mosaico de ecosistemas, naturales y antropizados, que nuestra flora reacciona desde hace milenios haciéndose amplia, curiosa y diversa.

Tenemos la biodiversidad delante de nuestras narices y a veces no somos del todo conscientes de ello. Pareciera como si las grandes joyas y rarezas de la naturaleza estuvieran siempre en lejanas zonas amazónicas o de Indonesia. Y no es cierto. Tenemos que cambiar nuestro punto de vista y pensar que no hace falta ir a tales recónditos lugares para maravillarse con la naturaleza y descubrir su biodiversidad. Lo podemos hacer aquí mismo, en nuestras sierras y campos, en nuestras costas, casi a las puertas de nuestras casas. Y comprometernos en nuestra propia tierra a redoblar los esfuerzos por la protección de la biodiversidad.