De nuevo las esperanzas de que los líderes mundiales lograran un acuerdo y actuaran ofreciendo soluciones reales en la que se ha calificado como «la peor crisis humanitaria y de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial» han caído en saco roto. La cumbre de la ONU sobre refugiados y migrantes, celebrada esta semana en Nueva York, ha vuelto a cerrarse sin grandes resultados, al margen de una declaración de los 193 países miembros de la ONU (´nuestros queridos inoperantes´, como los definía, con gran acierto, Mafalda) comprometiéndose con la protección de refugiados y migrantes, que muchas organizaciones no gubernamentales critican ya por falta de ambición y de acciones concretas. Tampoco Estados Unidos y Rusia consiguen llegar a un acuerdo (y, lo que es peor, no parecen tener voluntad de conseguirlo) para mantener el alto el fuego en Siria y, mucho, menos para frenar esta sangrienta guerra que dura ya cinco años. La esperanza en políticos y gobernantes decae por momentos y, lo que es peor, crece la sensación de que la humanidad ha perdido su esencia y que la raza humana tiene más de raza que de humana.