Este domingo 25 de septiembre 'los vascos y las vascas', que decía aquél, vuelven a las urnas para que el PNV siga gobernando aquella Comunidad autónoma. Evitaré la melancolía, pero qué lejos quedan aquellos años en que el Foro Ermua fue el punto de encuentro de esa parte de la sociedad civil vasca que no se resignaba a callar, cuya voz libre resonaba por encima de las detonaciones y las bombas. Esa parte de la sociedad que se negaba a aceptar como normal el tener que esconder un periódico o que los cadáveres de los asesinados por ETA tuvieran que entrar por la sacristía de las iglesias en el que es, sin duda, un vergonzoso capítulo de la Iglesia vasca. Qué lejos queda ese tiempo en que había alternativa.

Es innegable que el contexto en que se desarrollan estas elecciones es completamente distinto al de los años posteriores al asesinato de Miguel Ángel Blanco, pero una gran parte de ese espíritu, de la unidad y el coraje que sucedieron a aquel acto criminal hoy, lamentablemente, ha desaparecido. Ya no habrá sangre, pero sigue habiendo anormalidades impropias de una democracia. De entre todas ellas, lo más aberrante es cómo Bildu, que recoge entre otras hermosuras el legado político manchado de sangre de la ilegalizada Batasuna y otras marcas blancas, ocupa un lugar destacado en las instituciones. Tienen presencia en el Parlamento Vasco y en el Congreso y, especialmente, en los Ayuntamientos, donde puede ejercerse la presión y el medio de proximidad. Porque el miedo también se descentraliza, claro.

Muchos periodistas, políticos e intelectuales de BOE han contribuido a que el espacio de la dignidad lo ocupe ahora la infamia; que la injusticia no consista en que haya cientos de asesinatos de ETA sin esclarecer, sino en que Otegi pueda presentarse para ser el lehendakari de la República Popular Vasca; que donde antes había una defensa cerrada de la igualdad de todos lo españoles, ahora haya una exaltación permanente e incuestionable del llamado hecho diferencial. Que donde antes había, como decía, una alternativa, ahora sólo queden buenas intenciones.

Me alegro profundamente del fin del terrorismo, de que la libertad se abra paso en el País Vasco pero, como parte de España que es, creo que tengo el derecho como ciudadano a pedir a los Gobernantes y a los políticos que, tras estas elecciones vascas, no contribuyan a hacer normal lo anormal. Sé que es casi inútil reclamarlo, pero es imprescindible que los derechos y libertades civiles se garanticen y que prevalezcan sobre utopías manchadas de sangre y vergüenza. Eso no es discutible. Porque una paz en la que no todos son igual de libres es poco más que la paz del cementerio. Y porque nunca, en una sociedad cuyos individuos aun mantengan hacia sí mismos un mínimo de respeto, puede haber paz para los malvados.