Soy feliz siendo hombre. Y no soy feliz porque admire las enormes cualidades del sexo masculino; soy feliz siendo hombre porque ser mujer me resultaría del todo insoportable. Sinceramente, no puedo imaginar lo que una mujer normal puede llegar a soportar por culpa de ser mujer en un país medio desarrollado como el nuestro. Y no me refiero solo al ámbito profesional, como se pudiera pensar, donde una mujer cobra mucho menos que un hombre por realizar el mismo trabajo y tiene que soportar en ocasiones el acoso sexual de algún superior y el acoso laboral de alguna superiora, que de todo hay. Me refiero al simple hecho de caminar por la calle.

Hace muchos años, durante mi adolescencia y juventud, recuerdo que las madres y padres pedían a los chicos de la familia que acompañasen y cuidasen de las chicas cuando salían de fiesta o iban a la discoteca. Hoy en día „treinta años después„ la situación sigue siendo muy similar: los padres y madres piden a sus hijos o sobrinos que cuiden de sus hijas cuando salen de fiesta. Y es que el simple hecho de salir por la calle supone hoy en día para la mujer una actividad de alto riesgo. El hombre „por el mero hecho de ser hombre„ se cree con el derecho de gritarle cualquier babosada que le venga en gana. O de perseguirla mientras camina detrás diciéndole obscenidades. O de golpearla cuando no hace lo que él quiere dentro del ámbito matrimonial. O de acosarla sexualmente si considera que viste de un modo provocativo.

A pesar de las enormes dificultades que tiene la mujer hoy en día para ser considerada como un igual frente al hombre, muchas mujeres siguen creyendo estúpidamente que su liberación tiene que ver con la liberación sexual; otro engaño machista en el que han caído millones de mujeres. La liberación de la mujer no tiene nada que ver con mostrar más o menos piel; la liberación debe estar relacionada con los derechos tanto laborales como sociales, entre los que se encuentra poder ser árbitro de fútbol sin que nadie le diga que se vaya a su casa a barrer, o poder ser taxista sin que nadie le diga que se vaya a su casa a hacer tortillas, o poder dedicarse al cuidado de sus hijos sin que nadie ponga en duda sus cualidades como mujer, o caminar por la calle sola a las doce de la noche sabiendo que ningún capullo la molestará durante el trayecto. Reducir la libertad de la mujer a poder enseñar las tetas en San Fermín es sencillamente estúpido.

Con respecto a este asunto, hace una semana se publicaba en los medios de comunicación que en la población rusa de Severny las autoridades habían llevado a cabo una prueba piloto para reducir la enorme cantidad de muertes que hay en las carreteras de ese país. La campaña consistía en poner a mujeres jóvenes en topless y con una gorra de policía en zonas de alto riesgo de accidente para que los conductores redujesen la velocidad. Me gustaría decir que el número de accidentes siguió siendo semejante, pero „al parecer„ se han logrado reducir considerablemente, lo cual demuestra la deformidad mental de algunos machos. Puede que a muchos hombres todo esto les resulte curioso, incluso gracioso, pero debemos ser precisamente nosotros los que reprochemos a los individuos de nuestro propio sexo este tipo de actitudes y comportamientos. Solo así este tipo de conductas dejarán de considerarse entre el sexo masculino como normales.