Mi amigo y contertulio de los dulces jueves en la noche, Pedro Fernández, buen lector y conversador, confesaba en el último encuentro ante el ilustre bacalao encebellonado del restaurante Único 29, su reciente reencuentro con el Ulises de James Joyce y su incapacidad de pasar de la página ochenta. Gabriel Batán, que fuera importante librero y que es capaz de narrar parte del texto sin pestañear, trató de advertirle de los conceptos asequibles del tema, de algunas secuencias y explicaciones; no admitia la indigestión. La vida misma, pensaba yo, nos trae estos accidentes ante la literatura; caminamos sobradamente inmersos en la imaginación y alejados de la realidad perentoria y grotesta de todos los días y fiestas de guardar. Aunque es cierto y veraz que lo literario también se vive a diario si observamos con prudencia y respeto el acontecer de los tiempos; y no lo mandamos todo al limbo inexistente, tal y como nos apetece, al espacio inmaterial que me ayuda a evitar la grosería.

La existencia como una novela, como un diálogo interior interesado en la percepción del ideario disperso y convulso, trastornado y esquizofrénico. Y de ahí en salto de palabras, en ese juego de la comba de papel y tinta, me llegaba a la memoria la influenciada de Ulises en Samuel Beckett cuando le hizo escribir su Innombrable, cumplido ya el medio siglo de la efeméride de la publicación de esta obra, parte de una trilogía que lleva al desarrollo de un interior reflexionado en forma de monólogo inflexible.

Naturalmente, no vamos a descubrir ahora a Samuel Beckett ni esta célebre novela, última de la trilogía que empieza con Molloy (1951) y sigue con Malone muere (1952). Alucinante monocorde chorro narrativo. Beckett es uno de los escritores más representativos de su tiempo. Para mí, Esperando a Godot es la gran tragedia escrita en el siglo pasado, entre las que conozco. En esa obra queda garantizada la sustancia de que están hechos todos los protagonistas de Beckett. Todos ellos esperan a Godot de una forma u otra, pero Godot no llegará jamás. El argumento, desde luego, no puede estar más húmedo en estos momentos; batalla que vence en el tiempo solo la obra inmortal y sus escasos autores.

De todas formas, y pensáandolo bien, no tendría ningún sentido que Godot llegase; se charla inacabeblemente mientras José Antonio, empresario que va y que viene con la bandeja con el viejo vino del Cabezo de la Jara, de las viñas de su falda sur, asegura y afirma que se está mejor sin Gobierno. Ante lo cual seguimos en la espera de Godot, sin inquietudes, apurando los entresijos del bacalao y la cebolla.