Allá por el mes de mayo de este año, pocas semanas antes del arranque del verano saltó a los medios de comunicación, y principalmente a través de las redes sociales, la noticia de un Mar Menor en malas condiciones, en pésimas condiciones. Ciertos vídeos producidos por organizaciones ecologistas y viralizados en la red mayormente por murcianos hicieron saltar las alarmas. En realidad no era nada nuevo lo que se denunciaba, más allá de la intensidad del deterioro, pues las razones de tal perjuicio venían de lejos: exceso de embarcaciones a motor, descuido de las Administraciones en materia urbanística y medioambiental, vertidos ilegales procedentes de la agricultura (condicionada por la falta de agua), etc. Pero lo cierto es, y nadie hasta ahora lo ha podido disimular, que las imágenes que se conocían procedentes de unas y otras fuentes eran terribles.

En pocos días todos los murcianos nos alarmamos y asistimos preocupados a las noticias que íbamos conociendo: las denuncias procedentes de ecologistas y grupos políticos de la oposición, los espontáneos y no espontáneos movimientos vecinales, las actuaciones del Gobierno regional y la Confederación Hidrográfica del Segura (CHS), y un largo etcétera. El volumen fue subiendo de tal modo que la situación saltó a nivel nacional, y como es lógico (y no por ello ético) competidores directos de la región y de nuestra industria turística incluyeron la situación del Mar Menor en su actividad comunicativa, compartiendo contenidos, editando piezas en televisión, y firmando artículos sensacionalistas, que sin darnos cuenta nos causaban un enorme perjuicio a nivel de marca, y por tanto económico. No es algo nuevo, ya se ha hecho con Magaluf (Islas Baleares) o Sitges (Cataluña).

Por aquellos días un importante actor de la Región, el presidente de los empresarios murcianos, José María Albarracín, pidió públicamente, además de soluciones al problema, no generar alarma a pesar de la crítica situación de la laguna. Este comentario, que fue criticado por distintos sectores, recogía el sentir, entre otros, de empresarios y autónomos de todo tipo: tiendas de alimentación, hoteleros, vendedores ambulantes, propietarios de chiringuitos, los famosos ´chinos´, monitores de actividades acuáticas, peluquerías, inmobiliarias, y demás. Es decir, protagonistas muy alejados de los Amancio Ortega y Tomás Fuertes, por poner dos ejemplos con los que se identifica habitualmente a los empresarios por parte de ciertos sectores.

Hay que ser muy ingenuo para no creer que los más beneficiados directamente por el deterioro del Mar Menor, y de la difusión de imágenes (reales, sí, como he dicho) son otros destinos turísticos, que además de las costas del ´Mar Mayor´ de Cartagena (como La Manga), Mazarrón y Águilas, son Alicante y Almería, vecinos, pero competidores. Cierto es que estos destinos tienen otras dificultades no pequeñas, como es la masificación urbanística en Alicante, o la carencia de infraestructuras ferroviarias y aeroportuarias en el caso de Almería, pero lo conocido este verano causaba mayor daño y alarma que lo conocido de otros entornos, incluso para aquellas personas, y no son pocas, que veranean pero no se bañan.

Este año, como vengo haciendo desde 2009, cuando nació mi hija mayor, he pasado los dos meses de verano completos en el municipio de Los Alcázares, en concreto en Los Narejos. Dos meses interrumpidos lógicamente por muchos viajes a Murcia por razones laborales y logísticas, pero con el campamento base de trabajo instalado en la playa, principalmente pensando en mi hija, y tras el nacimiento de Javier en 2013, en ambos. Explico esto, que pensaréis a cuento de qué viene, porque las razones que me hacen volver cada año aquí y pasar tantas semanas es su bienestar (soy consciente de que es un privilegio poder hacerlo). Todos sabemos la crudeza del verano en Murcia capital. Pero es bienestar también no sólo por la temperatura, sino por los paseos que damos por la playa tras la cena, los juegos en la arena, la seguridad de un entorno con muy baja incidencia delictiva, la posibilidad de pasear en bici sin el peligro de vehículos a toda velocidad, la experiencia de compartir días con otros familiares y amigos, establecimientos comerciales y hosteleros de precio razonable, y un largo etcétera. Aspectos que entiendo compartidos por otras localidades como Santiago de la Ribera, Islas Menores, Playa Honda y, en definitiva, por todas las del Mar Menor.

He obviado a propósito el mar, el Mar, y las enormes posibilidades que ofrece, como aprender a nadar sin peligrosos oleajes, la instructiva iniciación a la pesca, a los deportes náuticos, etc. Y lo hago para señalarlo de forma especial, al ser un elemento que destaca frente al resto de la geografía española, no hay otro lugar en todo el país donde unos padres puedan observar a sus hijos jugar en el agua sin peligro alguno, sin oleajes, o rocas que esquivar. Puestos a destacarlo, ¡hasta su salinidad favorece la flotación! Y este valor y no el golf ni el sol ni el patrimonio ni lo gay-friendly, es el que realmente diferencia al modelo del Mar Menor del resto de destinos turísticos españoles: el turismo familiar con niños pequeños. Y creo que no ha sido explorado suficientemente.

Tras esta sesión de cal, mi pretendida objetividad requiere de un poco de arena, para señalar los lamentables errores que las Administraciones y sus responsables han cometido, y que se resumen principalmente en dejadez en la toma de decisiones para remediar y evitar la turbidez actual del agua. Quizá los auténticos responsables estén asistiendo ajenos y alejados a la crisis, y otros a quienes les ha explotado en la cara el asunto no tienen mayor culpa pero lo están gestionando, pero la política es solucionar problemas, propios y ajenos, contemporáneos y pasados, y es Pedro Antonio Sánchez, su Gobierno, y el que ocupe la Moncloa tras el vodevil nacional, quien tiene que arreglar esto como sea. Como sea.

Hace unos días señalaban responsables populares, no recuerdo quien, que los vertidos que más daño habían hecho eran las palabras de González Tovar. No lo comparto. No hay vertido que haya hecho más daño que los ´hilillos´ que la rambla del Albujón hasta hace poco filtraba. Lo que ocurre es que estos días se han confundido dos conceptos: el propio mar y la calidad de sus aguas, y el modelo turístico.

Sabemos quién y qué ha hecho daño al Mar Menor, nadie puede dudarlo porque son datos objetivos, pero€ ¿Quién hace más daño al turismo de nuestra región? Evidentemente la situación de sus aguas, no seamos idiotas, pero otras de las causas que más perjudica es el ruido, y digo ruido, que entre todos hemos causado sobre el estado del Mar Menor, es decir: las ´palabras de González Tovar´ (entrecomillo porque no personalizo en él, no se me enfade, sino que utilizo la expresión citada por los populares). Me refiero al ruido general alrededor del problema que entre todos, algunos más que otros, con unas u otras intenciones, hemos causado. Lo paradójico es que intervenir en el debate aumentaba el ruido, y yo mismo he pasado semanas dudando si hablar o no del asunto.

Estos tres últimos meses se ha producido un debate surrealista en las redes sociales: el enfrentamiento entre quienes trataban de poner la foto con el agua más asquerosa, y los que se preocupaban por sacar el plano más favorecedor y estético del Mar Menor. Los de «Mirad, qué pena, se han cargado nuestro Mar Menor», frente a los del «'Precioso atardecer en el Mar Menor, nuestro tesoro» (acompañados de sus respectivas fotografías). Una estúpida guerra entre quienes creen que señalar lo ´muerto´ que está es ayudar a solucionar el problema, y quienes tratan de minimizar el problema existente. Y el problema es que el equilibrio, como casi en todo, está en medio.

Se deben tomar todas las medidas políticas y judiciales necesarias, y urgentes, para solucionar el problema: iniciativas parlamentarias, actuaciones legales que incluyan denunciar a quien corresponda, obras que impidan los vertidos, planificaciones urbanísticas sostenibles, conseguir el agua necesaria para los cultivos que evite la sobreexplotación de acuíferos, etc. Pero por otro lado se debe actuar, como nunca se ha hecho, a nivel de imagen de marca para el Mar Menor con toda la fuerza posible, y hacer del problema una oportunidad, un elemento para vender la recuperación de la laguna. Realizar un esfuerzo comunicativo excepcional para poner en valor esta joya, hoy enferma, pero no muerta. Y, una vez que todos, porque somos todos, sabemos que la situación es crítica, tratemos de difundir sólo cuestiones positivas porque de otro modo otros destinos turísticos con el colmillo afilado acabarían con nosotros en unos pocos años. Y digo nosotros, seamos o no de localidades costeras, porque el efecto dominó que causaría sobre la economía regional un deterioro sin remedio del turismo nos noquearía. Dejemos que lo intenten, pero pongámoslo difícil al menos, y tenemos armas para combatir.

Como decía antes somos un destino único y privilegiado más allá de lo meramente acuático, una joya.

Por todo ello, en ese debate absurdo de tuits y fotos de opuesto contenido me posiciono al lado de las idílicas puestas de sol, de las playas lo más llenas posible, al tiempo que exijo actuaciones inmediatas y rotundas. Porque prefiero pensar que hay futuro a contribuir a cargármelo.