Es probable que usted no haya seguido el debate de investidura de la pasada semana, ya sea porque no le interesaba en absoluto, porque había encontrado otras formas de perder el tiempo o porque sabía de antemano que Rajoy no sería elegido presidente. Más allá de la ausencia de sorpresas, hay un argumento que los partidos políticos que han votado ´no´ han repetido como un mantra y que ha definido el debate parlamentario. «Los ciudadanos han votado cambio», «dieciséis millones de personas han votado por el cambio frente a ocho que lo han hecho por el Partido Popular» y otras variantes del mismo concepto.

Cuando oigo estas frases sobre el cambio no puedo evitar recordar el lema electoral del Partido Socialista de la Región de Murcia en las elecciones autonómicas de 2007. «La Región de Murcia pide cambio» podía leerse en las vallas y banderolas con la cara del entonces candidato, Pedro Saura. El PSOE cosechó entonces un 32% de los votos, unos 26 puntos por detrás del Partido Popular. A la vista de los resultados, el eslogan socialista se antojaba algo bochornoso la misma noche electoral. Pero, sin embargo, tenía algo de cierto y es que, por entonces, cuando teníamos un bipartidismo que a mí se me antoja hoy un verdadero tesoro nacional, el cambio no podía ser más que la alternancia, es decir, el PSOE donde gobernaba el PP y viceversa.

Pero hoy, sin embargo, el concepto de cambio es difuso y no alcanzo a comprenderlo en toda su dimensión. Uno, que es así cortito, citando al clásico cartagenero. Si bien en política siempre ha sido un concepto recurrente, lleno de fuerza, es a partir de las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2008 cuando Obama y su change irrumpen con fuerza. Desde entonces, con sus matices en cada rincón, el cambio se consagra como unidad de destino en lo universal y se apodera de la figura del tonto contemporáneo.

«¿Hacia dónde es ese cambio?», preguntan los rancios aguafiestas. «¡Y qué más da eso! ¡Queremos cambio!», contesta la masa pacífica, pero envalentonada. «Y lo queremos ya», apostillan.

El único inconveniente es que en una democracia consolidada y en los sistemas que tienden a ella, el cambio sólo debería venir por las urnas. Ni siquiera, y ese es mi punto de vista, por la aritmética parlamentaria. No deja de ser curioso ver a tipos que niegan la soberanía nacional española gritar apasionadamente que el partido que ha ganado las elecciones debe largarse porque ha ganado el cambio. Quienes, por ejemplo, no han sido capaces de llegar a un millón de votos en toda España son quienes tienen la autoridad moral para decirle a quien multiplica por diez su resultado electoral que se vaya, que es él, junto con otros perdedores, quienes tienen que decidir el Gobierno de una España que no les interesa más que para desguazarla. Mientras, hacen guiños al perdedor con más votos que sonríe desde su escaño. Gran nivel el de nuestras Cortes.

Y es que yo, por más que me he esforzado, he sido incapaz de encontrar una sola candidatura que se llame El Cambio, Junts Pel Canvi, O Cambio o algo parecido. Me he encontrado con PP, PSOE, Podemos en sus diferentes denominaciones de origen regionales, Ciudadanos, el partido antes conocido como Convergencia, el PNV y unos cuantos más. Pero no, ninguno se llama ´cambio´. De manera que ningún ciudadano ha podido votar por él, sino por opciones políticas que representaban en mayor o menor medida sus ideas o, en la mayoría de los casos, que mejor servían para canalizar su cabreo. De esta forma, y haciendo un análisis totalmente descabellado de la situación, por más que miro los resultados del pasado 26 de junio, veo un partido que ha ganado las elecciones y luego otros que no. Y, como al primero no le dan los números, parece que lo que único que se desprende es que, más que cambio (sea lo que sea eso, insisto), los ciudadanos han pedido entendimiento, si es que alguien puede interpretar sin despeinarse la voluntad colectiva del pueblo, concepto algo totalitario, si me permiten el apunte.

Así las cosas, y si todo va hacia una tercera cita electoral en unos meses, todos los que dicen que los electores se han decantado por un Gobierno de ocho o diez partidos deberían ir juntos. O mejor, ´en confluencia´, que mola más. Es decir, agruparse bajo un único paraguas multicolor donde, bajo esa idea del cambio mágico y cautivador, tengan cabida todos los que tienen por objetivo echar a los ´populares´ del Gobierno. Comprobaríamos entonces si, con un programa electoral que podría tener como único punto desalojar al Partido Popular de la Moncloa, es cierto que los españoles dan su voto a esa macrocandidatura frentista o al PP. Así sabríamos ya de una vez por todas si España opta de verdad por el suicidio o no. Por el cambio, quería decir. Disculpen.