Un vecino seguidor, siempre cargado de buenas intenciones hacia mí, el pobre, pero que no da una, me para por la calle, como siempre, para hablar conmigo unos minutos€ En esta ocasión, el buen hombre me trata de periodista. Yo le agradezco el título, pero le pido que me apee del tratamiento, pues no soy periodista€ que, si acaso, soy columnista, y tampoco estoy yo muy seguro de ello, dadas las circunstancias. Me doy cuenta de que, cada vez que esta persona trata de agradarme (una vez me dijo que si habían puesto una calle a mi nombre, otra que si me había nombrado juez de paz honorario (?), siempre mi contestación lo deja confundido, y descolocado por los bulos€ Así que asumo la tarea de explicarle la diferencia, con sumo cuidado y con mucho gusto. Creo que se lo merece.

Y le digo lo que pienso, lo que siento, más quizá que lo que es en realidad. Y le suelto que a un columnista se le llama así por la composición de sus textos en el periódico (encolumnados), pero que eso no lo define en absoluto. Que se ajusta más el nombre de articulista, de opinionista o de opinionero, y no porque, en este caso, así se llame la cabecera del periódico que me acoge cada semana, no€ sino porque un columnista lo que hace es dar su visión de las cosas, su opinión, su manera de entender, su forma de transmitir€ El periodista, que para mí también es un nombre mal puesto, porque encaja más con el que vende periódicos, es el gacetillero, el reportero, el noticiero. El periodista es el cronista, el columnista el comentarista El primero es un informador, el segundo un formador.

El personaje parece satisfecho con mi explicación. Misión cumplida, entonces. Sin embargo, yo mismo no parezco muy conforme con ella€ ¿Realmente los columnistas formamos a alguien? ¿somos, en verdad, formadores o forjadores de opinión? En teoría, así debiera ser, pero en la práctica ignoro si es así. Yo tengo una relación deformada con los periódicos, por ejemplo€ Las noticias las paso a vuelapluma, pues muchas ya las conozco desarrolladas en los telediarios e informativos y, salvo que desee ampliar o completar alguna información, me capuzo directamente en los columnistas de opinión, buceo en sus análisis y nado entre sus aguas, y los contrasto antes de someterlos al inapelable juicio personal. Los analistas o articulistas o columnistas vienen a ser como las distintas perspectivas que matizan, enriquecen, iluminan y completan la visión de las cosas. Son puntos de vista diferentes que enfocan desde diversas y variadas posiciones un mismo escenario. Y eso, lo queramos o no, siempre resulta tremendamente enriquecedor.

Hasta hace medio siglo aproximadamente, las famosas tertulias se montaban casi siempre alrededor de un buen artículo de fondo. El café, el casinillo o la rebotica podían ser, invariablemente, los templos donde se oficiaba, al igual que los oficiantes eran más o menos familiares, y los escuchantes más o menos habituales y variados. Pero el oficio del misterio, el tema iniciático, solía provenir de las páginas de opinión de algún diario. Era comentado, discutido, atacado, defendido, cincelado y/o enriquecido hasta extraer el alma máter de su mensaje o de su enseñanza. Era un mecanismo ilustrado y participado de obtención de conocimiento.

Hoy son otros días, otros tiempos, otra época, donde el plasma y la lectura precocinada disponen y predisponen los paladares de los lectores de periódicos. Solo hay que echar un vistazo a las cabeceras más leídas y a las tendencias del público. El personal está muchas veces más informado, pero mucho peor formado. Y eso no es información, sino desinformación, pues se está más informado, pero peor informado también. Se tiende al consumo fácil y a la molestia mínima, y a la máquina de pensar se les ha anquilosado las velocidades largas€ Un amigo y compañero me decía que los columnistas tenemos mucha base pero cada vez menos capital, y que un día no habrá ya ningún techo que soportar ni bajo el que cobijarnos, y entonces nos convertiremos en ilustres ruinas. Pues que cada cual opine, si es que aún le queda la facultad de opinar.

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