En 2002 Woody Allen recogió el premio Príncipe de Asturias de las Artes en el teatro Campoamor de Oviedo citando a Jack Benney, un cómico de la radio estadounidense que había dicho en una ocasión similar: «No merezco este premio, pero tengo diabetes y tampoco la merezco». Quisiera una frase como esa para cada creencia irracional. El merecimiento actúa igual para el premio y para el castigo. Hay méritos que quedan impunes e iniquidades que reciben su premio. Esto sólo sé recordarlo desde la frase de Jack Benney, aunque lo supiera antes, porque la idea del merecimiento está dentro de nosotros como si existiera una justicia a quien reclamárselo. Se dice «merezco unas vacaciones» cuando no se pueden tomar y se hace creer que «merecen ser felices» a los infelices.

El pensador contrarrevolucionario Joseph de Maistre es el autor de la frase: «Cada Nación tiene el gobierno que se merece», que desde el siglo XVIII ha sobrevivido y mutado en muchas ocasiones. Por la transición circuló la frase de «España tiene un rey que no se merece». El sentido era el contrario con el que se lee en la actualidad. Entonces se ponderaba al Rey y se denigraba al pueblo. Ahora se repite que «España no se merece los políticos que tiene». España es demasiada gente y demasiadas cosas en contradicción, y habíamos quedado que ni los premios ni la diabetes se merecen, por eso es más fácil estar de acuerdo con el novelista y político francés André Malraux, quien dijo que no es que «los pueblos tengan los gobiernos que se merecen, sino que la gente tiene los gobernantes que se le parecen».

José Luis Rodríguez Zapatero ha usado el molde de la frase en «la democracia española no se merece una repetición por tercera vez de elecciones». No es un merecimiento, sólo es que somos un país diabético con una democracia pendiente de diagnóstico.