Libertad es esa diana a la que disparan desde todos los puntos. Ese blanco al que apuntan desde cualquier parte. Precisamente porque la libertad permite a las personas hacer su voluntad mientras no restrinjan la de los demás. Bien, pues llevamos una larga temporada viendo como la libertad es asaltada cada día. Los atacantes son variados en estatus económico, político o religioso. Y la postura ante un falso burka es un ejemplo de esas agresiones. Una de las muchas campañas veraniegas.

Recurro habitualmente a la Real Academia Española porque algunas popularizaciones no reflejan el significado de los términos que se hacen comunes en los medios. Y burka, sus imitaciones y sus derivados, son uno de ellos. Para la RAE, la palabra, de origen inglés, nombra la «vestidura femenina propia de Afganistán y otros países islámicos que oculta el cuerpo y la cabeza por completo, dejando una pequeña abertura de malla a la altura de los ojos». Mientras que hiyab, de origen árabe, es el «pañuelo usado por las mujeres musulmanas para cubrirse la cabeza». Por lo tanto, esa ropa no corresponde con el significado que se le quiere dar este verano al burka. Porque en las playas mediterráneas no se ha usado el burka, sino unas prendas que permiten ver el rostro de la portadora y no ocultan sus facciones.

Respecto al 'burkini', más de lo mismo. Ya sean los modelos que circulan como nuevo bañador, como las vestimentas que han lucido algunas mujeres para nadar días pasados, no son burkas ni sus modalidades para el baño. En las fotos publicadas con motivo de la polémica se les ve el rostro a todas las mujeres que lo visten. Y difieren muy poco de los trajes de baño usados por aquellas damas que acudían a los arenales españoles en la primera mitad del pasado siglo. Si entonces el escándalo surgía por el descoque, polemizar hoy por una prenda semejante es tergiversar el significado de su uso, atribuir una intencionalidad, lo que representa arrogarse una prerrogativa indebida. Además, prohibir la utilización de vestidos aproximados al tradicional burka, que permitan ver la cara completa de la portadora y no sólo «una pequeña abertura de malla a la altura de los ojos», como define la RAE, es como imponer la veda de modelos de alta costura diseñados por famosos modistos en algunas pasarelas internacionales de hoy y de lustros atrás. No hay más que acudir a las hemerotecas y a los archivos gráficos de las populares revistas del corazón. Y lo mismo ocurre con los bañadores que han dado en llamar burkini. La intencionalidad no agresiva, como el portar una bandera, no debe ser vetada ni sancionada. Nadie condenó en su día a «las del sábanu», y ese sí que era un traje de baño inconscientemente insinuante.

Los vestidos y bañadores cuyas fotos, publicadas días pasados en la prensa europea, han sido objeto de polémica no difieren prácticamente de los hábitos portados por monjas católicas, ultrarreligiosos judíos o seguidores de doctrinas que obligan a sus adictos a dejarse largas barbas o exuberantes cabelleras. Las prohibiciones decididas en varios municipios de la Costa Azul y las amenazas de veto de ayuntamientos españoles son equiparables a leyes mordaza de las que estamos tan asqueados. Mostrar la ideología no puede ser objeto de sanción. Como no es obligatorio el burkini, los munícipes no pueden tomar medidas que discriminen a sus contribuyentes por motivos políticos o religiosos. Su poder democrático ha de basarse en la equidad, en la igualdad para sus residentes, en su libertad.