La vida está claro que no es siempre de color de rosa como la carne del salmón o como en ese tipo de prensa -que no las páginas de los diarios de economía- en las que ciertos congéneres posan orgullosos de sus logros materiales y otras proezas, a veces loables y otras veces, como papelillos de carnaval, brillan por un momento y luego se reducen a «ná». Por cuestiones azarosas del destino, reflexionamos estos días un grupo de amigos en ruta por los 66ºN, sobre la naturaleza anádroma del salmo salar -comúnmente conocido como salmón salvaje- y el caprichoso ciclo de vida que llevan impreso genéticamente, ya que, aunque nacen en las pequeñas corrientes de los ríos, toman forma mientras navegan agua abajo alimentándose de nutrientes legados de sus ancestros, y llegan al mar hechos unos auténticos chaveas, donde permanecen años hasta que desarrollan la madurez suficiente como para ser capaces de escuchar su instinto, el cual les susurra que es hora de volver al hogar de agua dulce a contribuir a la especie mediante la procreación.

¿Qué tipo de llamada interna tendrá esta especie que le haga volar hasta 3 metros de largo en un solo salto de motivación ciega, en su determinante retorno al lugar, donde dicen además que es el mismo donde nació? Parece que la explicación se basa en una combinación de olfato y química, pero resulta más que curioso el fenómeno por el cual muchos de ellos dan la vida entera para llegar -sólo a muy pocos les queda fuerza suficiente como para repetir el periplo- aparearse y expirar al lado de su pareja, yaciendo satisfechos del trabajo concluido.

Así, mientras nos aventuramos a bajar la ventanilla del coche por un momento para desempañar los cristales templados por el vaho que emitimos, miramos al horizonte, intentando sentir y escuchar también en el silencio de nuestro trayecto, esa señal en las profundidades del magma vivo de nuestro corazón, que nos clarifique la senda a tomar, aquella que nos inunde de pasión, determinación y satisfacción plena. Cuando contemos con el músculo físico y mental suficientemente desarrollado para afrontarlo, seguro que entonces saltaremos sin pensar, con la hélice de nuestro instinto y motivación, río arriba, con la certeza de que sabemos cuál es nuestra misión vital y nada ni nadie nos puede parar en nuestro empeño. Pero para ello, necesitamos prepararnos y curtirnos primero en el océano, como el salmón, aprendiendo a discernir lo vital de lo secundario, lo accesorio de lo imprescindible, y el ruido exterior de la verdadera llamada interior, no importa que sea nuestra primera vez o que ya conozcamos el camino, sino el disfrute de mojarse e intentarlo de nuevo, siempre.