Desde hace unos años se ha hecho costumbre -mala costumbre- en los estadios de fútbol molestar a los jugadores negros del equipo contrario con gritos que pretenden imitar los sonidos que habitualmente emiten los monos. Se trata, por supuesto, de una moda absurda y sin ninguna gracia, porque no afecta de la misma forma a los jugadores negros del equipo propio que en vez de con gritos simiescos son saludados desde la grada con ovaciones y reverencias. Recuerdo, al respecto, un partido inaugural de la Liga entre el Celta y el Deportivo que se puso de manifiesto el sinsentido del insulto (si es que los insultos hubieran de tener algún tipo de sentido). En el Celta jugaba Engonga, un español de la antigua Guinea, y en el Deportivo Mauro Silva, un brasileño de Sao Paulo que luego habría de ser campeón del mundo. Los dos jugadores eran potentes, atléticos y negros en diversas tonalidades de la piel y se desenvolvían en la misma parcela del campo, lo que propiciaba que estuvieron en contacto con relativa frecuencia. Pues bien, cada vez que Engonga entraba en posesión circunstancial de la pelota, desde una zona del graderío se emitían al aire unos sonidos pretendidamente selváticos para intentar (supongo) desmoralizarlo. Y todo lo contrario ocurría, en cambio, cuando el poseedor temporal del cuero era Mauro Silva, que era saludado con continuas demostraciones de afecto. En aquella ocasión, ya lejana en el tiempo, yo interpreté que los aficionados a hacerse pasar por monos no pretendían hacer un insulto racista sino patentizar su aversión hacia un jugador del equipo contrario al que seguramente temían por sus buenas condiciones atléticas (en una forma parecida a la que se da cuando se silba la presencia de jugadores enemigos cerca de la portería propia). De entonces acá, hubo muchas manifestaciones de ese feo gesto en algunos campos de fútbol españoles y uno muy sonado ocurrió hace diez años en el campo de la Romareda cuando el famoso jugador (entonces en el Barcelona) Samuel Eto'o quiso abandonar el campo molesto por los gritos de unos aficionados zaragozanos. Una reacción justificada pero menos inteligente que la que exhibió Dani Alves (entonces también en las filas del Barça) cuando en febrero de 2014 y jugando en el campo del Villarreal, un aficionado le tiró un plátano con animo de insultarlo y él , ni corto ni perezoso, lo cogió, lo mondó y se lo comió. A propósito de las ofensas, recomendaba el humorista italiano Pitigrilli que cuando alguien nos lanza a la cara un huevo lo pertinente es cogerlo en el aire, quitarle la cáscara, y si está bien cocido comérselo. O dicho en otras palabras, que hay que tener el ánimo suficiente para estar dialécticamente por encima de quienes nos quieren menospreciar. Digo lo que antecede, porque en la pasada jornada de Liga se dio en El Molinón gijonés el caso de que unos aficionados locales profiriesen gritos parecidos a los que emiten los monos cada vez que el jugador Willians, un negro nacido en Bilbao, entraba en contacto con la pelota. El árbitro suspendió el partido durante un minuto para pedir que cesasen. Luego, escribió en el acta que «se habían escuchado sonidos imitando la onomatopeya del mono».