Todas las épocas han tenido unos juegos compartidos que le han dado el componente lúdico a la existencia, especialmente importante en la infancia. Con el paso del tiempo algunos han quedado en la memoria colectiva, otros han ido cayendo en olvido. Una mirada en retrospectiva nos lleva a imaginar cuando se jugaba en las calles y plazas al churro-media manga o mangotero, a las canicas, al diabolo, al corro de la patata, a la una, dos y tres palito inglés, al testé, a la peonza etc. Mirar hacia décadas atrás nos traslada a una España en la que muchos niños y niñas tenían que hacerse sus propios juguetes porque sus familias no tenían dinero para adquirirlos, y con sus manos se construían muñecas de trapo o camiones de cartón. Así ocurría en los años cuarenta y cincuenta, cuando Mariquita Pérez fue todo un acontecimiento social, aunque un bien privativo de clases pudientes que podían comprarla y vestirla a la moda del momento.

A fines de los sesenta-principios de los setenta, la muñeca Nancy acaparó la fama y junto a la encantadora familia Hogarín, con abuelos incluidos, se hizo hueco en los hogares del país. Claro que aquellos personajes estaban hechos para que jugaran las niñas, los niños tenían los propios como madelmanes, escalextric, etc. Mientras ellas jugaban a la comba o al elástico, ellos se imaginaban dándose tiros como si fueran vaqueros o lanzándose flechas indias y, por supuesto, que no faltara un balón que botar.

En los ochenta se popularizó el vídeo juego conocido como come cocos, en el que el amarillo Pac-Man había de tragarse todos los puntos mientras le perseguían fantasmas de colores; la dinámica era fácil y simple, aunque no por ello poco adictiva. Podía enganchar durante largo rato a los jugadores delante de la pantalla.

Con la última década del siglo pasado y comienzos del XXI vino la playstation, reemplazando a los inocentes come cocos por el terrible Grand Theft Auto, entre otros. La play ha llegado a enganchar dentro de las casas a una parte considerable de sus jugadores dejándolos como pegados al asiento, sin apenas poder para desconectarse del mando.

Sin embargo, el nuevo juego que ha llegado con el actual verano, el famoso Pokémon, ha tenido el efecto contrario, haciendo salir a sus adeptos del salón a la calle. La capacidad que tiene para combatir la inclinación a la vida sedentaria, convirtiéndose en un motivo para levantarse del sofá es su gran virtud a valorar. Quien juega sabe que está obligado a recorrer dos o más kilómetros a pie para encontrar los huevos de las poképaradas e incubarlos.

Por el número de seguidores que el pasatiempos se ha ganado en tan poco tiempo, bien puede decirse que estamos ante un fenómeno social, que además da un paso hacia delante en la interacción con el mundo de ficción.

La capacidad de convocatoria de Pokémon se hace visible en el paseo marítimo del puerto de Cartagena, concretamente donde el antiguo Club de Regatas. Allí todos los días, y especialmente a partir de las nueve de la noche, se concentra un grupo de personas con el objetivo de cazar a esos bichos que se presencian en realidad virtual. Las edades de los jugadores son de lo más variadas, y lo mismo ves participantes solitarios que jóvenes que acuden con su peña, o familias al completo. El móvil acapara toda la atención, no hay detalle que perder por si alguno de estos bichos fantásticos estuviera alrededor.

De los efectos nocivos que pueda acarrear eso de pokemonear a medio o largo plazo, aún no se sabe nada, pero el sentido común pone de relieve la posibilidad de que la ciberadicción sea el verdadero peligro. Al tiempo se verá, por ahora puede decirse que lo que ha hecho ha sido recuperar los juegos compartidos al aire libre, siendo este logro una de sus bondades a destacar.

Este juego intergeneracional bien puede servir también de reclamo turístico, ya que acerca al jugador-a a los bienes de interés cultural para cazar a esas criaturas ficticias que pertenecen al mundo virtual. Con tal objeto, la zona del antiguo Club de Regatas de la ciudad portuaria ha cobrado mucha vida, y este entorno privilegiado junto al Mediterráneo desde el que se ven los dos faros, montes, castillos, barcos, etc, se ha convertido en una zona transitada por residentes de la ciudad y foráneos. Buen momento es para visitar Cartagena, y observar la Pokémon parada al lado del mar, a tan sólo unos metros del Teatro Romano.