«Cuando empezaban los bombardeos, nos íbamos a una habitación todos juntos, nos abrazamos con nuestros hijos en medio de los dos, porque si teníamos que morir, que muriéramos todos juntos»

(Testimonio de una madre en el campo de refugiados de Ritsona en Grecia).

Huyeron de la guerra, nos decían que habían pagado a las mafias unos tres mil euros para llegar a Europa. Cogieron lo que pudieron, caminaron kilómetros y kilómetros, cruzaron ríos, con sus hijos, con mujeres embarazadas, llegaron a Turquía y allí la policía los detenía y les pegaba palizas. Cuando llegaban a Grecia, las mafias, cuando veían peligro, obligaban a desembarcar a la gente muchos metros antes de llegar a la costa, con lo cual se ahogaban y los que se negaban, les ponían una pistola en la sien para obligarlos. Por mucho que intentemos imaginar...Uffff !Dios mío!

Llegaron a Grecia y allí se encontraron las fronteras cerradas, con los alambres y concertinas, con los gases lacrimógenos, con las porras, con las patadas de los militares. Le preguntamos a una familia cómo habían llegado a Rtisona y nos dijeron que la policía les obligó a montar en un autobús, sin información alguna, llegaron por la noche y estaba lloviendo, lo obligaron a bajar y con la misma se fueron. No tenían ninguna tienda donde cobijarse ni alimentos, pero encontraron enseguida el apoyo de la gente que estaba allí.

El campo de concentración de Ritsona no es de refugiados, está tutelado por el ejército del aire griego, no tienen desagües, la comida es poca y malísima, la atención médica es muy deficiente, pocas actividades y no tienen ninguna información del tiempo que van a estar allí. Decía uno de ellos que «cada día que pasa mi corazón se muere». Hay mucha tristeza, los niños están tristes, no comen bien, no duermen bien, pocas actividades educativas, la tristeza y la angustia de sus padres la perciben con claridad. Ellos nos decían: «No somos animales, somos personas» y algo que les dolía mucho era que los identificaran con los terroristas.

Lo dicho, nos dijeron: «Por favor, no nos olvidéis» y no lo vamos a hacer ¿Cómo vamos a olvidar a un pueblo acogedor, hospitalario, que comparte lo poco que tiene? ¿Cómo vamos a olvidar a gente que no tiene rencor y odio después de lo vivido y en el lugar que los han confinado? Sólo os puedo decir que os queremos, sabemos que nos queréis, sentimos dolor, impotencia y rabia de no poder hacer más por vosotros. Tengo en la retina de mi corazón, cuando me decía un padre que me llevara a su hijo, no era una afirmación literal, pero, tampoco una broma, cuando lo dijo nos quedamos mirando fijamente los dos a los ojos y creo que lo entendí, creo que decía que su hijo no tenía futuro, que él no podía darle futuro a su hijo y que su hijo estaría mejor en otro sitio, e incluso estaría dispuesto a renunciar a su hijo si alguien le daba un futuro digno ¡qué tristeza! No nos vamos a olvidar y pido a la gente que no seamos cómplices de todo esto con nuestra indiferencia y el no querer saber nada.