Llevo veraneando con mi familia en la Manga del Mar Menor -y en algunas otras fechas también- más de 45 años; prácticamente desde 1970. Entonces La Manga era un lugar paradisíaco donde un sheriff, con sombrero, a caballo y con perro, patrullaba la única carretera que recorría el largo brazo, o lengua, de arenales. Había incluso -donde ahora se ubica el ancla de las oficinas del IMSEL- una garita de acceso con barrera manual que controlaba el paso de los transeúntes.

La Manga era un paisaje silvestre de ecosistemas dunares y matorrales, de 21 kilómetros de playas, con aguas cristalinas y tranquilas, bañadas por los dos mares, sin apenas edificaciones. Aunque ya estaban construidos algunos inmuebles emblemáticos del inicio de la actual Gran Vía, como el Hotel Entremares y su entorno comercial, el complejo Hexagonal, la urbanización de Los Cubanitos, la altísima torre del edificio Zeus, el Hotel Galúa... La pesca era muy abundante en el Mar Menor. Se apreciaban cerca de Los Nietos caballitos de mar; en las aguas de San Pedro de Pinatar, gambones, langostinos. Mar adentro de Islas Menores y del Mar de Cristal se capturaban anguilas, lubinas y doradas, mújoles, mugres, chirlas, berberechos, chirretes y salmonetes. Muchos flamencos deambulaban a sus anchas por las salinas de Cabo de Palos. En la década de los 80 ya veíamos que apenas se invertía en el bienestar de los veraneantes y en infraestructuras. Pero las tasas del IBI, especiales por turismo, eran carísimas para los servicios que se prestaban. Nuestros tributos -y ahora el ITI- apenas se reinvertían en la zona. Y como el deterioro iba a más, en la condición del agua, en las playas, en las calles, en los saneamientos, en la limpieza, surgió la idea de un ayuntamiento propio, segregado, Municipio Dos Mares (Los Belones, Cabo de Palos y La Manga) para defender sus derechos. Se llevó hasta el Tribunal Supremo la petición de Consistorio propio. Pero no se logró nada, porque no le interesaba a los ayuntamientos de San Javier y Cartagena, dejar de percibir tan pingües beneficios pecuniarios en impuestos para reinvertir casi nada en la zona.

Entre los años 80 y 90, el Mar Menor sufrió una severa degradación medioambiental. La propagación masiva de medusas durante los meses de verano, el desarrollo de algas invasoras y las modificaciones en la composición específica de peces y aves fueron algunos de los síntomas de esa degradación. Por otro lado, la excesiva e indiscriminada urbanización del litoral del Mar Menor y de La Manga, el boom inmobiliario, y los ya iniciales trabajos de una agricultura de cultivo, salvaje sin control en los desagües, tuvieron un impacto directo sobre el hábitat litoral de la laguna, afectando negativamente a las especies que vivían en él.

Esta inanición de las administraciones e instituciones públicas y privadas hizo que surgieran las asociaciones de vecinos, propietarios y veraneantes, reivindicando la mejora de instalaciones playeras, viarias y del agua. Dieron resultado estas protestas vecinales, pues se modernizaron los colectores, se asfaltaron calles, se incrementó la limpieza de las playas y se crearon barreras con redes fijas que impedían el paso de medusas a las zonas habituales de baño de la costa marmenorense. Pero desde principio del 2000 apenas se ha saneado el Mar Menor y el agua ha ido enturbiándose y deteriorándose poco a poco perdiendo calidad. Se advirtió de ello a las autoridades locales y regionales, y que este proceso de destrozo podría ser irreversible, pero ni caso.

El PP ha dominado durante mucho tiempo ayuntamientos e instituciones de la Región sin hacer casi nada al respecto, pero también el PSOE tiene sus responsabilidades de mala gestión. Y por repartir responsabilidades y culpas, diremos que muchos comerciantes y nativos en su afán de «ganar en demasía en pocos meses han hecho el agosto cada verano». Se ha cuidado poco, muy poco, tanto al turista como al entorno paisajístico y marítimo. Se acabó con parajes naturales y caladeros de pesca; se construyeron indiscriminada y excesivamente urbanizaciones. Se pensó más en amistades con inmobiliarias y financieras que en el bienestar de los marmenorenses. También por repartir culpas, nosotros los veraneantes y propietarios no hemos denunciado decididamente todas estas tropelías urbanísticas y ambientales. Y así nos ha ido a todos.

El Mar Menor está herido de muerte y su salvación sería ya un milagro a largo plazo, muy a largo plazo. La laguna tiene difícil recuperación. No todo es culpa del agricultor, y tampoco del comerciante avaro, ni del explotador de turismo, ni de las inmobiliarias ni de las entidades financieras, pero algún «pecado» tendrán. Es un escándalo la inercia actual del Gobierno de la Región, especialmente en las consejerías de Fomento, en la de Agricultura y en la de Turismo. Su ineficacia administrativa -y sus mentiras- para salvar la laguna claman al cielo y se exige de ellos responsabilidades penales y políticas. La Asamblea Regional debe tomar cartas en el asunto de forma urgente y decidida, sin componendas. Que cada palo aguante su vela.

Si hay agricultores irresponsables -o promotoras o constructoras, más bien- que siguen contaminando el Mar Menor, que caiga sobre ellos todo el peso de la ley. Y parece que sí las hay, según las investigaciones policiales y judiciales: existen bastantes propietarios, muchos en la zona del Arco Sur de la laguna. Y se ha descubierto en los análisis acuíferos y en la tierra arrastrada por las lluvias alto contenido de hierro, plomo, zinc y otras sustancias. El sellado -controvertido- de las tuberías de los regantes del Campo Cartagena no es eficaz todavía. Y para más inri, la excesiva masificación de la navegación a motor acabó con los caballitos de mar.