Qué Año Nuevo ni qué Año Nuevo. Septiembre es el comienzo por excelencia. En septiembre empiezan las series de televisión. Y puede que algunas renueven temporada, cosa que sus fieles -y, sobre todo, sus actores- celebrarán mucho. Y puede también que comiencen series nuevas, con tramas que hasta ahora no te habías planteado abordar, pero que resulta que luego te mantienen enganchado. Con las vidas pasa lo mismo. Tras el parón estival que implica agosto, algunas vidas -supongo que la mayoría- siguen su curso, con reencuentros, planes, familia, esas cosas que hacen las personas llamadas normales. Y luego están los que estrenan no temporada, sino trama entera. Da un poco de miedo y un poco de tristeza la (casi siempre falsa) sensación de que tienes toda la vida por detrás, pero eso no quita que tengas por delante una historia. Una historia en la que ojalá te hagan feliz y no te lo prometan. Y que no te preocupe si va a renovar el año que viene o no: hay anuncios más emocionantes que algunas películas de cuatro horas y media. Se nos olvida vivir como si estuviéramos condenados a muerte. Y lo estamos. A la espera de saber el día de la ejecución.