A la casi nonagenaria Doris Buffett, hermana del riquísimo Warren Buffett, le falta tiempo para repartir su dinero, que no es poco. Ha distribuido ya 134 millones de euros entre los pobres y, a sus 88 años, está pidiendo voluntarios para que le ayuden a donar apropiadamente hasta el último céntimo de su fortuna. No tiene el menor interés en ser la más rica del cementerio.

La de Doris podría ser una costumbre familiar en la línea de su hermano Warren, que años atrás anunció el propósito de legar el 85% de su fortuna a obras benéficas. Pero qué va. Lo de repartir el dinero entre los pobres empieza a ser más bien una tradición entre los multimillonarios americanos, que están que lo tiran. O lo donan a causas humanitarias, para ser exactos.

Warren Buffett ya había llamado la atención cuando se quejó de que, a pesar de sus 66.000 millones de dólares de patrimonio, pagaba menos impuestos que su secretaria. El magnate encontraba poco adecuado que Hacienda se le llevase solo el 17,4%, mientras a sus empleados les quitaba entre el 33 y el 41.

Decidido a practicar con el ejemplo, Buffett se unió a su colega Bill Gates para patrocinar una fundación benéfica que es ya la más importante y mejor financiada del mundo. Por si fuera poco, los dos potentados lanzaron hace seis años la campaña ´Giving Pledge´ (La promesa de dar) a la que se han unido decenas de millonarios yanquis bajo el compromiso de legar, en vida o a su defunción, más de la mitad de sus fortunas.

Entre los donantes figuran nombres bien conocidos como los de David Rockefeller, Ted Turner o George Lucas, por citar solo algunos de los que, en total, han comprometido 125.000 millones de dólares de su bolsillo para redistribuir un poco la riqueza del planeta. Siempre tan mal repartida.

Ya a título particular, el inventor de Facebook, Mark Zuckerberg, celebró no hace mucho el nacimiento de su hija con el anuncio de que dedicará a obras filantrópicas el 99% de las acciones de su empresa, lo que a día de hoy supone unos 53.000 millones de dólares. Lo imitó Tim Cook, sucesor del legendario Steve Jobs en Apple, que cederá a la beneficencia la totalidad de su más módico patrimonio de 785 millones, una vez deducidos los gastos de educación de su sobrino.

Decía Margaret Thatcher que nadie se acordaría del Buen Samaritano si no hubiese tenido dinero para socorrer a su prójimo y dar pie de este modo a la parábola de Jesús que lo hizo célebre. No parece ser la fama, sin embargo, lo que mueve a estos megamillonarios. Lo suyo sería más bien el razonable convencimiento de que el dinero deja de ser necesario a partir de ciertas cantidades.

A su curiosa manera, los magnates de EEUU ponen en práctica las doctrinas de los socialdemócratas europeos a favor de la redistribución de la riqueza: solo que lo hacen con el dinero de su bolsillo. Igual eso tiene más mérito, dadas las dificultades logísticas que implica el reparto de una fortuna. Hasta Doris Buffett ha tenido que pedir ayuda para poder donar la suya al completo antes de morirse.