Es imposible pensar, no digo ya escribir, sin rabia, sin estupor, sin desprecio, sin asco, del asesinato de Federico García Lorca, tal día como hoy, hace ahora 80 años. Fue en su Granada natal, donde el poeta se creyó, ingenuamente, seguro; a un mes del estallido del levantamiento en armas canalla del general Franco que dio lugar a la guerra civil española; fue en el barranco de Víznar, en el camino hacia Alfácar; Granada quedó desde entonces estigmatizada muy a su pesar; lo dicen algunos granadinos que conozco y que sienten de forma especial la herida histórica de una barbarie, la vergüenza de un protagonismo, cuando las bestias se salieron del redil y mataron al escritor por «maricón» y por «rojo», causando un mal generalizado en las conciencias de los humanos de bien. No quiero olvidar la memoria de los compañeros de 'paseo', el maestro de escuela y los dos banderilleros, que todavía estercolan una tierra desconocida y varias veces buscada, con el temor a encontrarla y revivir, con ello, unos acontecimientos repugnantes y cobardes. Pero ahí están los nombres propios de quienes denunciaron en falso, falaz y criminalmente; de sus verdugos y asesinos.

La muerte y ejecución del poeta de los gitanos, García Lorca, estremeció la conciencia literaria de los escritores de la generación del 27 y cambió para siempre, aunque por desgracia en su corta vida, la obra y existencia de otro grande, autor del verso mineral, Miguel Hernández. A partir de ese suceso la literatura y la poesía española, la otra latina, la del mundo civilizado, ya no fue la misma. Fue un efecto que no controló, en su dimensión extraordinaria, el fascismo del régimen y la dictadura franquista. No lo pensaron dos veces cuando dispararon por la espalda a los inocentes, llevados por el odio y la podedumbre del alma.

En septiempre seguirán, según los últimos acontecimientos, la búsqueda de los restos de Lorca y sus compañeros de agonía y muerte, todavía en paradero desconocido. Sus cenizas verdaderas quedaron desde entonces a la luz de todos, en sus versos, en su fantástica lujuria de palabras gloriosas, en el acento andaluz de su gracia; aún cuando se perdiera la esperanza de su madurez fructífera, aunque se cortara el venero de su sangre -y se derramara tan injustamente-, la que encendía su hermoso lirismo; carácter de un pueblo y de su genial personalidad y talento artístico que nos regaló con ternura infinita o con el drama de la vida, con la música y su esencia, en otras facetas del libre espectáculo de su alma. Poesía y obra de arte en la que nos reconocemos, que recitamos de memoria porque su sangre era nuestra, y la nuestra de él y su mágica existencia de unos cortos años, por voluntad criminal de otros sin sangre en las venas. Hoy, en su aniversario, volvemos a apesadumbrarnos.