Cualquiera con un mínimo de perspectiva histórica habrá tomado conciencia de la enorme aceleración tecnológica que se ha producido en la última década. Desde la comprobación experimental de la existencia del bosson de Higgins hasta los avances en las herramientas de precisión que permiten modificar genéticamente una célula. Pero es en las cosas cotidianas donde pronto veremos una completa revolución, sobre todo si el conservadurismo de nuestras sociedades y de sus líderes políticos y sociales no lo impide, simplemente no tomando las decisiones necesarias para ajustar el entorno legal y normativo a estos nuevos desarrollos tecnológicos.

Algo tan alcanzable a corto plano y tan práctico como es la desaparición del dinero físico de nuestras vidas, está ya en nuestras manos. Tenemos mucha conciencia sobre los costes que suponen los pagos mediante tarjetas bancarias, pero los costes operativos de lo que no son sino meras transacciones electrónicas automáticas son muy pequeños, y una dosis adecuada de competición, rompiendo el actual oligopolio de sus emisores de tarjetas, cuyos principales accionistas, como no podía ser de otra forma, son los propios bancos, haría disminuir espectacularmente los costes para sus usuarios. El fin del dinero físico supondrá la disminución drástica o la práctica desaparición de los pequeños robos en comercios y la completa desaparición del dinero negro a escala individual, una auténtica lacra que nos somete cotidianamente a la tremenda injusticia de convivir con aquellos que no sienten necesidad alguna de justificar sus ingresos. Si alguien piensa que una sociedad sin dinero es un objetivo lejano, que eche una mirada a la Suecia actual o a los países nórdicos en general, donde ya no es infrecuente que los ocasionales mendigos tengan un lector de tarjetas para facilitar las limosnas a los generosos viandantes que pasean sin un céntimo físico en el bolsillo.

Como en muchos otros procesos de desintermediación, el de los pagos se beneficiará de los avances tecnológicos en el reconocimiento de la identidad mediante la biometría. Esto permitirá que la herramienta para pagar sea el omnipresente móvil, que ya ha absorbido otra multiplicidad de instrumentos como las cámaras de fotos o los navegadores gps. El acceso biométrico al móvil -la última versión del Samsung Galaxy ya lo incorpora- permitirá identificar al usuario mediante el iris, que se está imponiendo finalmente como el referente biométrico por antonomasia, más allá de la huella digital. Nuestro mundo cotidiano franqueado por la identificación de nuestro iris nos facilitará una enorme cantidad de accesos tanto físicos como digitales. No sé tú, pero yo cuento las horas que faltan para olvidarme definitivamente de la cartera, las llaves del coche y de la casa y, sobre todo, de las puñeteras contraseñas.