Michael Phelps se convirtió el domingo en el mejor olímpico de todos los tiempos al sumar su vigesimotercer oro -vigésimo octava presea-, y superar así a Leónidas de Roda, que, para quien no lo conozca, cumple con lo que promete -aunque no sea el prota de 300...-: para encontrarle, hay que remontarse a la antigua Grecia, allá por el 160 a. C. Así pues, con motivo de este hito milenario, los medios han arañado entrevistas y estadísticas para rescatar detalles y curiosidades del 'Tiburón del Baltimore', que ya se ha instalado en el Olimpo del Deporte. Entre estos, hay dos cifras llamativas: 2,08 y 49; su embergadura y su número de pie; su poderosa brazada y sus potentes 'aletas'. La genética ha dotado a Phelps de unas cualidades físicas idóneas para la práctica de la natación y, lo más importante (y difícil): él ha tenido la suerte de dar con el deporte que le ha convertido en leyenda. Y es que hay personas que nacen para triunfar en una modalidad concreta. Recuerden el corazón de Miguel Indurain, que necesitaba la mitad de latidos por minuto que el resto del pelotón, o la simetría entre las rodillas y tobillos de Usain Bolt. En casos así, a sus perseguidores no les queda otra que rendirse, aunque posean nombre de héroe griego.