De natural soy de hablar mucho con la gente. Con toda la gente. Y me importan poco los colores políticos para seleccionar a mis interlocutores, pues lo único que me interesa es tener siempre delante a buenas personas. Eso me permite disfrutar de un gran número de amigos que no se caracterizan precisamente por comulgar con mi ideología -ni a mi con la de ellos-, pero con los que, simpatías o afinidades personales al margen, me unen una serie de valores comunes como la educación, el respeto, la honestidad y la conciencia común de que, cuando hablamos de política, el interés general debe primar siempre sobre el particular. Pues bien, estas últimas semanas, en mis charlas con esas amistades, muy en particular con las que siempre han vestido la camiseta socialista, estoy comprobando personalmente la encrucijada moral en la que se debaten. Y debo decir que los comprendo. Comprendo su rebeldía ideológica a permitir que se forme un gobierno del Partido Popular. Comprendo sus ganas de que sean otras fuerzas del arco parlamentario las que le den su apoyo a Mariano Rajoy. Y comprendo también su ilusión por que fuera posible un gobierno distinto encabezado por el PSOE. Cómo no los voy a comprender, si todos esos anhelos van en su ADN , al igual que a la inversa aparecerían en el mío. Pero al mismo tiempo me reconforta muchísimo ver cómo esos mismos amigos -recuerdo, buenas personas todos ellos- son conscientes de que esos deseos, a día de hoy, no pasan de ser unos anhelos de imposible cumplimiento. Porque, por principios, ni ellos ni nosotros nos podemos poner en las manos de fuerzas políticas que buscan romper la unidad de España, como ocurre con todos los partidos nacionalistas sin excepción. Y porque, por convicción y sentido común, ni ellos ni (evidentemente) nosotros nos podemos poner en manos de los populistas, de esos fascistas de izquierdas que quieren acabar con todo y con todos, de esos radicales que, en definitiva, destrozarían de un plumazo todas las cosas buenas que se han hecho en España a lo largo de los últimos cuarenta años, para llevarnos directamente a las catacumbas socioeconómicas de los regímenes bolivarianos que imperan en Grecia, Cuba o Venezuela. Ahora bien, y aquí viene el pero, estoy hablando de buenos socialistas, de personas de bien, de militantes de base. Y también, como es público y notorio, aunque no tengo el gusto de conocerlos personalmente, de sus referentes históricos, de los líderes socialdemócratas que modernizaron España en los años ochenta del pasado siglo, de Felipe González y de todos los estadistas (hermoso término) que lo acompañaron. Y a qué negarlo, asimismo de varios presidentes de comunidades autónomas de hoy en día, que dicen y defienden sin tapujos la necesidad -ante los riesgos que antes he citado- de dejar gobernar a la lista más votada para ejercer frente a la misma una oposición seria, exigente y responsable. Sin embargo, y a pesar de la contundencia de estos argumentos, parece que esa reflexión, que además se extiende como un mantra por toda la sociedad española de forma cada vez más generalizada, no va con la actual ejecutiva del PSOE y su líder, Pedro Sánchez, que se enroca en su monolítico «No es No» como única tesis para defender su cada vez más incomprensible posicionamiento político. Pero frente a Sánchez, Rivera. Frente al inmovilismo socialista, la predisposición de Ciudadanos. Frente a la sinrazón del PSOE, el sentido de Estado del Partido de la Ciudadanía. Y claro, las comparaciones, que siempre son odiosas, en este caso concreto hacen enrojecer a la gran mayoría de la familia socialista, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, pues no olvidemos que en la Europa democrática del siglo XXI en la que vivimos, las alianzas y pactos de gobierno son el pan nuestro de cada día en todas las naciones, siendo el ejemplo más paradigmático el de Alemania, donde conservadores y socialdemócratas conviven en una gran coalición de gobierno por el bien de su país. De este modo, estamos asistiendo durante estas fechas a cómo el partido de Albert Rivera ha puesto el interés general de España por encima de sus intereses meramente partidistas y ha asumido que, ante el riesgo cierto de unas terceras elecciones generales en menos de un año, España no se puede permitir el bochorno de unos comicios que, de producirse, huelga decir que nos llevarían al desastre y descrédito más absolutos. Los de Ciudadanos han decidido sentarse a negociar. Y han puesto sus condiciones, como es normal en todo proceso de estas características. Y han dicho que si llegamos a un acuerdo están dispuestos a apoyar una investidura de Mariano Rajoy y a que se pueda formar gobierno. Los de Rivera, en definitiva, han entendido que España y los españoles son lo más importante. Después habrá que consensuar y cerrar los pactos que procedan, pero los primeros pasos ya se están dando y estoy convencido de que con generosidad, rigor y buen criterio las conversaciones van a llegar a buen puerto.Por tanto, ahora más que nunca la pelota pasa al tejado de Pedro Sánchez y los suyos. Las matemáticas es lo que tienen. Los tres grandes partidos del sistema, que se supone defendemos un Estado de Derecho con tantas cosas que nos unen, sumamos casi el 75% de los escaños del Parlamento, pero entre PP y Ciudadanos no llegamos, aunque por muy poco, a la mayoría absoluta. Así pues, es ahora el PSOE el que decide: o vota junto con los demócratas españoles y con su abstención permite que se forme gobierno o vota junto con los independentistas y los anti sistema para llevarnos a unas nuevas elecciones generales. ¿Con quienes les unen más cosas? Son ellos los que ahora tienen la palabra. Estas cosas, en las sociedades con madurez democrática de nuestro entorno, ni se plantean. Todos tienen claro que debe gobernar siempre la candidatura más votada, que para eso es la que más respaldo popular obtiene en los comicios. Y en nuestro país, no lo olvidemos, Mariano Rajoy, además de encabezar la lista ampliamente ganadora el pasado 26 de junio, fue el único líder que subió en votos, porcentaje y diputados, frente al descenso sin excepción de todos los demás candidatos, respecto a los resultados de diciembre último. En suma, y para concluir, es la hora de pensar en España. El momento de anteponer el bienestar de los españoles a los egos, a la sinrazón y a las disputas internas. El instante de la verdad. Ya no hay más demoras ni excusas. Toca retratarse y demostrar si estamos ante hombres y mujeres de Estado o ante simples pantomimas. Ciudadanos ya ha dicho dónde quiere estar, pero nos queda la duda: ¿y el PSOE?