La noche se puso de picardía, plumas, lentejuelas, risas y crítica exacta, afilada pero sin punzón, sin hacer daño. Bastante igual que cuando la censura se asomaba a aquellos 'cabarets' fijos de Madrid, Valencia o Barcelona; pero sin taparles la boca como antaño. Y como un teatro ambulante (cuatro jueves en el verano de Murcia), apareció el 'Zoo Cabaret', como homenaje a aquellos tiempos de Lautrec o los posteriores, los de Picasso, y, más tarde, los de Fernán Gómez, entre bambalinas y cuerpos no totalmente desnudos, como es la noche excitada, la vida entre músicas reconocidas y letras originales que siembran su propia cultura de lo picante al anochecer.

El pase en aquel jardín de Fofó, que es otro decir, de los bichos (igual a zoo) dejando en el aire impreso el homenaje a un pasado de luminosos letreros, era de carne y hueso. Sobresaltados, terminamos cantando el Resistiré, del Dúo de toda la vida, el Dinámico, como quien se alza en cánticos revolucionarios pidiendo amnistía y libertad, como quien sale a la calle a gritar el poema de Celaya. No a la censura y sí a la risa y a la carne, como decía un amigo mío sevillano: «Mundo, demonio y carne. Os amo».

Pues eso. Os amo porque nos amáis y amor con amor se paga. Y gracias. Gracias por sembrar de cuidadoso humor cuanto tocáis: se llame cabra, Mary Carmen, dieta de agua, la vegana o la del alcancil; se llame música de ayer con letras de hoy, pero siempre música. No hay recuerdo al cabaret sin música, sin dolor, pero con firmeza, porque hoy se levantó un hermoso telón en el tiempo, y ahora queremos que todos los días sean jueves por la noche. Gracias por darnos vuestra alegría y vuestros cuerpos, vuestra desnudez inacabada y vuestras lentejuelas, entre tacones y plumas de colores.

Y todo ello mientras la noche iba ardiendo en nosotros, quemando nuestras penas y aflorando en aquellas canciones y aquellas risas públicas sin pudor, desde la sedienta verdad de la pícara escena, de las fiestas umbrías que perviven en el móvil con muecas de hambre, de libertad oprimida.

No nos dijeron que lo que no se da se pierde, pero se requería nuestro amor y nuestro aplauso que se redoblaba al ritmo de un tambor y una corneta sin cabra. La belleza es el cuerpo y el alma, como es el cabaret mismo, desnudo, clamoroso y glamuroso, sentido y vivo. Por eso salimos convencidos de que hay que abrazarse y vivir la vida como si fuese siempre primavera. Y en medio de todo ese jaleo conmemorativo, cinco personas, y alguien en los audiovisuales, nos enseñaron su texto vital, que es como el nuestro.

Y fue por eso que, bajo los consejos de Pilar, la más hermosa de las vicetiples, cantamos, reímos y soñamos. Y hoy, que ya han pasado tres días, aún tenemos el presentimiento de no haber terminado el homenaje. Y volveremos, mientras resistimos esta quemazón de malos tiempos para el teatro de cabaret frente al teatro de las vanidades huertanas que nos insiste (y eso sin tan siquiera ponerse traje oscuro y corbata, como en Nápoles) en tomar más baños de sol que los de la luna. Pero el sueño del cuerpo viene y va con los malditos, de cuando eran los años 20 o cuando en los sesenta repetimos en aquellos lugares secretos de aquel zoo de vicetiples, incluido el aeropuerto de Barajas a eso de las seis de la mañana. Y ahora son de aquí, de Murcia, el cabaret murciano, y hasta te regalan una cerveza entre amigos. ¡Qué más pedir por 7 euros, Dios mío! Ya se iban, y era todo en aplauso, cómicos y cuerpos poniendo el buen tiempo a las malas caras en estas noches murcianas de angustia y templanza desatada. Gracias por algo así.