Hay personas que uno se va encontrando por la vida que te marcan para siempre. Hablo de maestros, personas de las que has aprendido cosas que vas descubriendo sólo con el paso del tiempo. Las hay que incluso te diste cuenta, en aquellos momentos, de que estabas ante una persona especial. No son muchas. Se cuentan con los dedos de una mano, y no es necesario que sea alguien con quien has pasado demasiado tiempo. Lo últimos años antes de la crisis escribía de todo un poco en El Faro de Murcia, pero sobre todo de fiestas y tradiciones. Aquellos buenos años me tocó cubrir la Feria de Septiembre, y me pasaba una semana viviendo siete días de toros de principio a fin y escribiéndolo en caliente, cerrando el periódico. Me atreví con descaro a escribir crónicas de toros de seis páginas, y lo disfruté como ninguna otra sección. Pero más que las crónicas, el ambiente y empezar a aprender alguna cosica de toros, guardo el recuerdo de quienes fueron mi compañía en muchas de aquellas tardes. Ocupaba el último lugar de los reservados para prensa, junto al burladero del Club Taurino de Murcia. Allí, una extraña y muy entrañable pareja, fue mi compañía muchas de aquellas tardes. Un señor mayor, elegante y serio, parco en palabras, pero al que todo el callejón saludaba con gesto regio usando la palabra Maestro con devoción, y su acompañante, otro señor, no tan mayor, con su bastón, gafas, puro y gesto de bondad infinita, y discreto. Muy discreto. Ya estaban allí cuando llegaba. Dispuestos a disfrutar su día de toros como, creía en aquel momento y después he corroborado, muy pocos en toda la Condomina podían imaginar, siquiera. El reporterico principiante en aquel mundo enorme había caído allí, junto a una misteriosa pareja a la que todo el mundo respetaba. Intenté siempre no incomodar, quizás por eso nunca me presenté. Poco a poco, aquel hombre con cara de buena persona, empezó a comentarme las faenas. Sutilmente, me daba pautas certeras sobre el toro, el torero, algún movimiento, que yo apuntaba y guardaba para mis crónicas, que nunca supe si leía. Si en alguna tuve algún mínimo acierto, fue sin duda por aquellas palabras. Sólo con un gesto después de cada faena sabía si había habido algo que rascar, y no crean que había mucho. La exigencia se palpaba, pero también una nobleza única, como quien está más que avalado para exigir. Mi bisoñez hizo que jamás preguntara nombre, aunque nos terminamos saludando a diario con devoción, creo que mutua. Vergüenza quizás, por ser el único del callejón que no sabía quienes eran aquel Maestro valenciano y su educado acompañante. Pero para eso está otro Maestro, Alberto Castillo, quien, más de diez años después de aquellos días, me cuenta que Jaime Marco, El Choni, que en paz descanse, matador de toros, murciano y valenciano, como ustedes quieran, a quien dio la alternativa nada menos que Manolete, era el señor mayor, parco en palabras, que gesticulaba tras cada afirmación de su acompañante. Ni más ni menos que el doctor Andrés Salas, socio de muy pocas cifras del Club Taurino de Murcia, y según Castillo, el mejor aficionado que jamás tendrá la Condomina, abonado de la Maestranza y amigo de toreros de todas las épocas, pero sobre todo de Jaime Marco, durante toda una vida. Personas que, por cómo te tratan, aunque seas un mindundi plumilla recién llegado, te dan las buenas tardes y comentan contigo de tú a tú. Mayores de los que aprender en cada gesto, en cada palabra. Personas que no se olvidan. Personas a las que siempre estar agradecido. Vale.

Republico artículo 'Días de toros' en honor a la memoria de Andrés Salas. Descanse en Paz.