Hasta hace muy poco se decía Santander, y era una provincia de Castilla la Vieja. Ahora es Cantabria, una comunidad autónoma en la que gobierna Revilla. Si vas a Cantabria te pueden ocurrir muchas cosas. Por ejemplo, que te entren unas ganas locas de desayunar chorizo casero, como le pasó a Teresa. Que te creas más listo que los dueños del hostal donde te hospedas, como me pasó a mí, y des por supuesto que no tienen wifi, y la tenían, como comprobé cuando pagué la cuenta. Que te quedes al pie de la carretera contemplando a las vacas mientras pastan desafiando la ley de la gravedad, como nos pasó a todos (Iñaki, María, Pepe, Rocío, Carmen, Juan, Pepa, y los demás) y al tiempo, un alimoche intenta merendarse un ternero. Así es Cantabria, de sorpresa en sorpresa, y de curvita en curvita, buen asfalto, eso sí.

También, si alguien te invita al Náutico de Santander, en este caso mi tío Juanjo y familia, le puedes decir al camarero que quieres un güisqui etiqueta roja y que este te conteste, sin despeinarse, «aquí no hay nada rojo, solo colorado». O lo tomas y te callas, o te vas. Pero nos quedamos, y bien a gusto, en la terraza del hotel 'Coventosa' en Asón, paliqueando hasta altas horas. La maternidad y la paternidad unen mucho, y nosotros estábamos allí por eso, porque nuestros hijos acampaban cerca, y era día de padres. Si continúo por estos vericuetos, esta columna se convierte en subproducto del subgénero pastoril, lo cual no deseo, o algo peor de carácter costumbrista. Y eso también lo da Cantabria, de Pereda a Concha Espina, de Rubalcaba a Leguina, y tiro porque me toca.

Los regresos siempre resultan graves, porque piensas que no vas a volver o no sabes cuándo vas a poder hacerlo. Pero eso depende de las ganas y de la voluntad, nunca de las inexistentes rayas del destino, rayas en el agua. Influye la vuelta al calor, y el característico despiste del verano, de todos los veranos, que siempre se parecen a sí mismos menos este. Como urbanitas coherentes, de Asón nos trajimos una docena de huevos de granja, de esos que ya no se encuentran en ninguna parte y en todas, pero están muy ricos cuando los cocinas en tu casa porque vuelves un poco allí y te crees más su autenticidad. En fin, todo inevitablemente pastoril, menosprecio de corte y alabanza de aldea. También, pueril, por qué no, pues de niños y niñas se trataba. Y así salió de bien. En Cantabria.