Habrá intereses, habrá oscuros vínculos, habrá incluso una estrategia, pero lo que de veras une a Trump y Putin, y les unía ya antes de que se cortejaran en público, es el estilo. Hay una comunidad de estilo entre ambos, que podrían compartir, con matices, con Nicolás Maduro, Berlusconi, el viejo Le Pen o incluso Erdogán, aunque la semejanza de éste sea más de fondo que de formas. Es un estilo faltón, energuménico, brutal si hace falta, chulesco, jactancioso, matón. La razón de su evidente éxito es que conecta con una parte más o menos secreta (según individuos) de nuestra personalidad, con una cara oculta de nuestro poliedro. En el fondo del fondo es un afloramiento del macho supremacista que se resiste a morir, lo que hace que el combate Hillary Clinton-Donald Trump revista una simbología que supera el registro de la lucha política, y afecte a la jerarquía de arquetipos dominantes.