Si hay una parte de la historia de la Humanidad que merece la pena ser contada y revisada innumerables veces es la de la invención y desarrollo de la energía atómica, primero con fines militares y, como fuente posteriormente de energía limpia y barata. Sí, limpia y barata.

La parte militar es bastante conocida, con el proyecto Manhattan dirigido por Oppenheimer de un lado, lanzado a una frenética carrera de velocidad para fabricar la bomba en supuesta competición, supuesta por la falta de recursos, con un proyecto similar en la Alemania nazi, gestionado por Heisenberg, otro genio de la física atómica.

Pero si terrible fue el brusco despertar de la humanidad a su uso como arma bélica, la historia de uso civil como fuente de energía es una de las más patéticas que en el futuro se podrán escribir. Porque se trata de un tristísimo relato de cómo los miedos irracionales excitados por supuestos progresistas y políticos sin escrúpulos, de izquierda y derecha, arruinaron la más prometedora de las fuentes limpias de energía. Y esto ha sido así hasta el punto de que, imposible ya de cumplir su papel de energía puente entre las fósiles y las renovables, las centrales nucleares de uso civil se encuentran irremediablemente condenadas a desaparecer. No todos los militantes ecologistas, por otra parte, fueron siempre antinuclerares viscerales. Durante mucho tiempo han sobrevidido grupos minoritarios dentro del movimiento verde, que veían en los residuos nucleares un problema controlable a corto plazo e inocuo completamente a medio y largo plazo. Y en cuanto a los accidentes nucleares, la principal condena a ojos de la opinión pública para este modelo de producción energética, ha producido en sus 70 años de historia una parte infinitesimal de víctimas comparadas con cualquier otra tecnología actualmente vigente. O si no, miremos al más de millón de muertos que causa el automóvil cada año. Mueren en un solo año más mineros en las minas de carbón que víctimas mortales han provocado todas las centrales nucleares del mundo en sus siete décadas de historia.

La planificación de nuevas centrales nucleares para la producción de energía limpia y barata es una cosa del pasado, básicamente porque las exigencias de una seguridad son tan completamente excesivas que las hacen económicamente inviables e imposibles de financiar. De hecho, las centrales nucleares en construcción serán las últimas que conoceremos, a cambio de las penurias que aún soportaremos debido a los terribles efectos del cambio climático, aceptado como un mal menos por los histéricos analfabetos funcionales del movimiento antinuclear . Vergüenza les debería dar de habernos conducido a este desastre.