Siempre se ha estudiado que la historia de la humanidad se divide en dos etapas: la Prehistoria y la Historia. Y que esta última nace con la invención de la escritura en oriente en el cuarto milenio antes de Cristo.

A partir de ahí, surgieron los mensajeros para llevar los documentos escritos de un punto a otro. Los egipcios fueron más allá e implantaron un sistema organizado para difundir los decretos del faraón en su territorio, pero fueron los romanos los que crearon el primer servicio regular de correo y aprovecharon sus calzadas para asentar postas (establecimientos para cambio de caballerías).

Dejando a un lado los correos reales, en España se establece el correo tras la caída de Granada. Poco después, se crea el cargo de Correo Mayor que debía recaer en un hombre de confianza y buen entendimiento cuya misión era posibilitar el transporte seguro y correcto del correo basado en un entramado eficaz de mensajeros, postas y rutas repartidas por el reino. En el año 1716 el servicio de correos queda en manos de la Administración pública y, desde entonces, la evolución de este servicio ha estado íntimamente unida a la aparición de los medios de transporte. Así, surgió el correo por ferrocarril (1855), por carretera (1899), el correo marítimo (1887) y el aéreo (1920).

Mucho se ha escrito desde aquel primer mensaje que viajó a lo sumo algunos kilómetros, y miles de millones de cartas han llegado de un lugar a otro del globo cada vez con mayor rapidez, pero la Sociedad Estatal Correos y Telégrafos, familiarmente conocida como Correos, que este año celebra su 300 aniversario, tendrá que seguir reinventándose a marchas forzadas para hacer frente a la impetuosa aparición de las nuevas tecnologías.

Los mensajes SMS, el correo electrónico, los WhatsApp, el Facebook, Twitter y otras plataformas, han desterrado de nuestro pensamiento a las cartas de toda la vida. Ya nadie escribe una carta ni por casualidad, y las pocas que recibimos son facturas de agua, luz, informes bancarios o correo ´basura´ que apenas evitan las telarañas en nuestro buzón de casa.

El cartero de mi barrio, en los sesenta y setenta, era toda una autoridad que conocía a todo el mundo y que, dada la escasez de buzones, se permitía dejar las cartas en el zaguán tras aporrear los portales con sus típicos llamadores. Pero hoy, con las cartas al borde de la extinción, están condenados a ser simples funcionarios que interactúan cada vez menos con el vecindario.

A día de hoy, es más probable que un joven escriba un mensaje, para lanzarlo al mar en una botella, que escriba una carta, compre un sello de 45 céntimos y busque un buzón amarillo para enviarla.

Puesto que las tarjetas navideñas de Unicef, rozan también el olvido; y las cartas a los Reyes Magos de los peques, nunca se sabe dónde acabarán; no estaría de más que durante este mes de agosto escribiéramos, pero de puño y letra, una última carta a ese amigo que no vemos desde€ o incluso a esa buena amiga que nunca llegó a más.