Una de las experiencias más productivas interiormente, y gratificantes, es la de llevar la lectura y, en la medida de lo posible, la escritura a todos los rincones de la sociedad donde el interés por el libro y las ansias de progresar intelectualmente son más que evidentes. Hace casi un mes (20/6) acompañé a Antonio Parra Sanz a la prisión de Sangonera para dialogar con los internos que participan en el Taller de Animación a la Lectura sobre la novela La mano de Midas.

Este taller es un espacio y un tiempo penitenciario conducido por Antonio Jávega, Sofía Álvarez, Joaquín Sánchez y Pascual Velásquez, miembros de la asociación Psicólogos por el Cambio en el que se vierten contenidos de literatura, filosofía, historia, geografía, astronomía, matemáticas y cualesquiera otros que puedan despertar inquietud por el conocimiento en los internos que tienen a bien sustituir su libertad en el patio por una reclusión en el aula de la capilla. Después de cada exposición se abre un debate, en el que los participantes ponen de manifiesto sus dominios sobe la materia o tratan de poner en evidencia los conocimientos de los conferenciantes, recogiendo cada cual los aprendizajes que puedan resultar relevantes.

Al Taller de Lectura suele acudir un grupo de 25 a 30 personas. El día elegido para tal cometido es el lunes de 17 a 18,45 horas. Componente fundamental de este taller es Marita Funes, directora de la Biblioteca Municipal Río Segura, que cada mes proporciona veinticinco ejemplares de la misma obra, además de facilitar la presencia de los autores de las obras leídas. Estos autores se acercan a este taller y charlan con los participantes. Este pasado curso, entre otros, han participado José Belmonte, Jerónimo Tristante, Paco López Mengual, Encarna Coll, Lola López Mondejar y Antonio Parra Sanz, que puso broche final al mismo.

El encuentro de Antonio Parra Sanz con los internos que acudieron fue ilustrativo y enriquecedor. No hubo cortapisas a la hora de hablar y exponer opiniones. Diálogo claro y sin temor a pronunciar ciertas palabras. La exposición y presentación de la obra por parte de Antonio Jábega fue de matrícula de honor; de las mejores que he visto y, por supuesto, mucho mejor que cualquiera de las que yo he realizado. Esta labor la realizan los funcionarios anteriormente mencionados en sus horas libres; me descubro ante ellos y les presento mis respetos. Merece la pena trabajar y luchar para que dentro de los límites de una prisión los presos gocen, por lo menos, de libertad mental y cuando cumplan con la sociedad y se incorporen al día a día de su nueva vida lo hagan en condiciones más que aceptables.

Acabada la exposición y la charla con los participantes, los funcionarios tuvieron la amabilidad de acompañarnos en una visita por la prisión. Estuvimos en un módulo donde compartimos espacio con los reclusos en la escuela, economato, comedor, gimnasio, duchas, patio, despachos varios y biblioteca (12.000 volúmenes alberga). Como no podía ser de otra forma, acudimos a las celdas. Celdas para dos personas, dimensión aproximada de 4 x 3 metros, ocupada por dos literas, water y un espacio para la ropa. Pero lo que realmente nos sorprendió fue la experiencia de entrar en la celda y vivir de primera mano el sonido que se genera cuando cierran la puerta de la misma y a continuación corren el cerrojo por fuera. El corazón y el estómago lo recogen, siendo muy difícil olvidarlo.

Giramos visita, asímismo, al módulo de ingreso donde nos rindieron las explicaciones pertinentes respecto a los trámites a seguir cuando alguien va a ingresar. Continuamos por las dependencias en las que se producen los encuentros vis a vis con padres y hermanos, con hijos menores de doce años y los íntimos. Interesante fue, también, estar en los módulos de comunicación.

Es toda una vivencia pasear por la prisión. Al estar en el patio sólo ves el cielo y las alambradas sobre los muros. Aunque estés acompañado, la sensación de soledad es infinita. Sobre la 'soledad' discurrió parte del diálogo que se estableció después de la presentación de La mano de Midas.

Dos sensaciones, aparte de la del 'cerrojo': una, el olor que se posó sobre mí y que será difícil olvidar; dos, otro sonido: la reja que se abre, entras, y se cierra a la espera de que una nueva sea abierta para franquearte el paso a las dependencias penitenciarias.