Cuando éramos pequeños e íbamos los sábados a la huerta, siempre nos recibía en el rellano 'Negu'. 'Negu' era un imponente pastor alemán negro, que nos miraba desconfiado y severo, examinando todos nuestros gestos. Era el guardián de la casa de mi abuelo y sólo autorizaba el paso a quien reconocía como huésped. Pero en sus ratos libres, cuando se tomaba un respiro con nosotros, 'Negu' sacaba su talante bromista, muy dado a las travesuras. En el fondo era un cachondo de perro. Después, para infarto de mi madre, llegó a nuestra casa 'Hugo', un pequeño can que le iluminó el alma a mi hermano, quien lo mimó, lo adiestró y descubrió con él el compromiso que exige cuidar a un animal. Son nuestros 'Suso´, 'Laika','Lúa´; el vínculo que generan los perros, por su extraordinario don para la lealtad y el afecto, es demasiado fuerte como para no exacerbarnos ante las noticias de abandono y maltrato animal. Aunque, tal vez, la denuncia incurra en torpezas: un animal no puede tener derechos porque no está sujeto a obligaciones. Subrayémoslo. Pero la forma en que tratamos a los animales nos define como sociedad. Es una cuestión de decencia.