Quisiera hoy recordar aquí a Andrés Hernández Ros y especialmente contarles cómo me pidió que yo me afiliase al PSOE. Este hecho no tienen ninguna importancia, pero sí creo que refleja la inteligente obsesión de este hombre - muy citada estos días después de su fallecimiento - de rodearse de personas con más formación reglada que él. Además, quizás podría ser de su agrado conocer las circunstancias en las que se produjo esa invitación porque reflejan una estampa muy propia de aquellos tiempos, año 1979, y de lo que eran, en España y en la Región de Murcia, los partidos políticos y sus militantes: los nuevos y los que se habían jugado el tipo por su pertenencia al PCE o el PSOE cuando Franco estaba todavía vivo y coleando. Entre ellos, personas mayores que habían vivido la guerra civil y que te contaban espeluznantes historias, como la de un murciano, alcalde socialista de un pueblo manchego con la República, que fue condenado a muerte después de la guerra, y que en la cárcel, durante meses, cada noche era llamado al patio en compañía de todos los demás condenados. Allí se leían los nombres de los que serían fusilados al amanecer, y el resto devueltos a sus celdas a esperar la noche siguiente para saber si les tocaba o no. A él no le llegó, y años después fue liberado. Les aseguro que escuchar aquellas historias en boca de sus protagonistas impresionaba.

Además de estos militantes, un montón de ciudadanos nos implicamos en ayudar todo lo posible para que las nuevas instituciones democráticas funcionasen. Yo fui uno de ellos. Durante la primera legislatura colaboré con los regidores del ayuntamiento de Cartagena en lo que se refiere a Cultura, porque no tenían gente experimentada en este campo. Otros hacían lo mismo en distintos departamentos tratando de sacar aquello adelante con una ilusión tremenda.

En algún momento conocí a Andrés Hernández Ros (no quiero llenar esto de nombres como quién me lo presentó, o a quiénes le presenté yo a él que luego hicieron carrera política), pero el caso es que nos vimos bastante, hablábamos mucho, estuvo alguna vez en mi casa, e incluso llegó a encargarme gestiones políticas o algún trabajo, como el de la adecuación de la Casa de la Cultura de Cartagena para que fuese la primera sede de la Asamblea Regional. El día que se constituyó el Parlamento es inolvidable para mí. Qué momento tan emocionante, oiga, y más habiendo colaborado de alguna manera a que aquello fuese posible después de sufrir la dictadura.

Y este digamos que es el trasfondo del día que Andrés me propuso afiliarme al PSOE. Fue en Lo Campano, un barrio muy pobre de Cartagena, más tarde célebre por otras malditas cosas. Se inauguraba 'una placita socialista' (las llamaban así porque se hicieron decenas en los barrios marginales de nuestros pueblos y ciudades) y acudió el entonces presidente Hernández Ros. Después del acto, un concejal del ayuntamiento que vivía en ese barrio nos invitó a un grupo a su casa a tomar una cerveza, entre ellos, al Presidente, al alcalde de Cartagena y a otras autoridades. La casa era modestísima, muy pequeña y sencilla, y apenas cabíamos. Sobre la mesa del comedor, había unos quintos de cerveza, un porrón de vino, unos platos con cascaruja y una fuente con michirones que había hecho la esposa del concejal. El ambiente era de gran alegría porque los vecinos habían aplaudido mucho el logro de su nueva plaza.

Entonces, Andrés le dijo al concejal: 'Quiero hablar con Enrique y con J., (un compañero mío del Instituto que yo le había presentado) ¿Podemos pasar a algún sitio privado?' El dueño de la casa se quedó un poco parado, pero enseguida dijo: 'Claro, venid por aquí', y nos llevó a su dormitorio. Era una habitación pequeña y pobremente amueblada. La cama tenía una colcha de ganchillo ('la ha hecho mi mujer', nos dijo el concejal) y había una gran muñeca sobre un cojín en la cabecera de la cama, todo muy limpio y brillante. Andrés sacó dos impresos del bolsillo de su americana, nos dio uno a mi amigo y otro a mí, y nos dijo: 'Firmad aquí, que vais a entrar al PSOE avalados por mí y por el alcalde'. Mi compañero firmó (luego fue Consejero y más cosas). Yo le dije que no, que no tenía carácter para eso, que nunca militaría en un partido. Y así fue aquello. Qué recuerdos, oiga.