Imagine usted que hubieran despedido de manera arbitraria y caprichosa al director de un prestigioso hospital, que además hubieran dejado la gestión de ese hospital sin rumbo y a la deriva durante más de medio año, abandonando a los pacientes a su suerte, o que hubieran hecho eso mismo con una universidad y sus alumnos. Sería un escándalo, ¿verdad? Imagine ahora que hubieran imputado al político responsable de esa decisión. El escándalo sería aún más grande: todos los partidos lo utilizarían como arma arrojadiza, sobre todo en campaña electoral, y ocuparía la portada de todos los diarios regionales. Imagínese ahora que esa persona es condenada y recurre la sentencia sirviéndose de dinero público y que, además, su condena es ratificada por el Tribunal Superior de Justicia. E imagine que, después de todo eso, esa persona siguiera en su cargo. No hace falta ser adivino para saber qué pasaría: la noticia saltaría a los medios de ámbito nacional, el sujeto en cuestión recibiría presiones de su partido para que asumiera su responsabilidad y, en el caso extremo de que no dimitiera, sería destituido de su cargo.

Pues bien, no hace falta que imagine más: eso es justo lo que ha ocurrido en el caso Cendeac. O casi. Porque a día de hoy, todo eso ha ocurrido, pero la persona responsable de despedir de forma improcedente al último director del Cendeac después de que realizara una gestión de reconocido prestigio: la directora del ICA, Marta López Briones, sigue ocupando su cargo a la cabeza del Instituto de las Industrias Culturales y de las Artes de la Región de Murcia.

Multitud de figuras relevantes del mundo de la cultura han reaccionado ante este escándalo desde que se produjo. En su día lo denunciaron más de 2500 firmas contrastadas, entre las que había directores de cine, gestores culturales de todo el país, ganadores de un Goya y, por citar solo dos nombres de referencia internacional, personalidades de la talla del profesor norteamericano Douglas Crimp o el fotógrafo británico Bill Brandt. Y hace un año, con motivo de la primera sentencia, catedráticos, escritores, historiadores, artistas y filósofos de nuestra región entre los que estaban Francisco Jarauta, Mara Mira o Juan Antonio Suárez pidieron ya públicamente que la directora del ICA asumiera su responsabilidad en el escándalo. Adivinaron, no obstante, que la dimisión no se produciría y que la causante del desaguisado no solo no asumiría su responsabilidad sino que recurriría la sentencia. Adivinaron que el recurso ante el TSJ solo serviría para gastar aún más dinero público, convirtiendo la torpeza inicial en un error aún más grande (y lo que es peor, aún más costoso para los contribuyentes). Y todo eso lo predijeron ya entonces no porque en el mundo de la cultura este integrado por personas con especiales dotes para la adivinación sino porque, una vez más, ese mundo parece regirse por leyes distintas: leyes con menos sentido, pero más predecibles.

A los políticos se les llena la boca cuando hablan de Educación o de Sanidad, pero pocas veces los escuchamos hablar de cultura, y menos aún en campaña electoral. Es un hecho demoscópico que la cultura no es un tema ganador; no da votos. Y lo que no da votos no existe? Eppur si muove.

Afortunadamente, en nuestro país hemos empezado a ver cómo algunos políticos asumen la responsabilidad de sus errores, hacen lo que deben hacer, y dimiten. La pregunta que debemos hacernos entonces es por qué el mundo de la cultura se rige por leyes distintas. ¿Ni siquiera una sentencia del TSJ es suficiente para empujar a algunos responsables públicos a hacer lo que deben hacer? ¿O el problema es que la cultura no es un tema ganador; que no da votos? Tal vez se trate de eso. Sin embargo, habría que recordarle a nuestros políticos que a pesar de los datos demoscópicos, el mundo de la cultura existe. Habría que recordarles que, como la tierra, el mundo de la cultura se mueve. Y habría también que señalarles el detalle de que, a menudo, ambos lo hacen al mismo ritmo y en la misma dirección.

Previsiblemente el 26J tendremos que recurrir a la foto finish para saber quién ha ganado las elecciones. Y en nuestro país, ahora mismo la política es como las olimpiadas; por una décima se te cuela un coreano. Así que no hay mal que por bien no venga; igual todo este desvarío acaba sirviendo para que el famoso diputado flotante de Murcia, ese que pende de un hilo, de una suave brisa demoscópica, acabe cayendo más de un lado que del otro por un quítame allá esa directora de Cultura.