Cuando Camacho lanzó el Iniesta de mi vida directo desde el corazón estaba acuñando una frase en la historia del fútbol mundial que seguramente sea mucho más importante y tenga mucho más valor que cualquier trofeo, colectivo o individual. Andrés Iniesta (Fuentealbilla, 1984) es el futbolista español de la cueva platónica, el que mejor representa hacia donde hemos tendido todos los niños que hemos jugado al fútbol en recreos y campos de futbito, en porterías pintadas en la pared o en recodos de césped en parques urbanos. No sólo por la conducción, el regate sencillo o el pase al hueco, sobre todo por la sencillez para hacer todo lo que no es jugar la pelota, que también es fútbol. En Iniesta se ha hecho escultura eterna ése fútbol que cuando juegas ves en tu cabeza, o que cuando estás en la grada, ves antes de que pase, pero muy pocas veces pasa.

Será un tópico, pero estoy seguro, sin haberle visto, de que en el campico de cemento de Fuentealbilla Andrés Iniesta conducía con el exterior y buscaba el hueco por el que poner el balón emulando a Josico, Bjelica o Salazar, allá por el año del Mundial de Estados Unidos, y quien le haya visto allí, hoy todavía reconocerá esa forma innata de cubrir la pelota mientras es suya, y cómo utiliza ese don para que su equipo juegue y juegue. «Quien hace jugar es quien mejor juega», leí a Bochini en una entrevista, el ídolo de Maradona, de quien, dicen, fue un adelantado en el juego de Andrés.

Después, cuando le toca comentar, Iniesta tiene otro don. La credibilidad. No sé si es el fútbol que tiene, o su humildad resplandeciente, pero ya puede decir diez tópicos del fútbol que yo me los creo como si fueran palabra de Dios. Creo que no es porque tenga don de palabra, es que quien juega así al fútbol, cuando dice por qué lo hace, no puede más que ser la verdad. Aunque no podamos olvidar, tampoco, que fue él quien se acordó de su amigo Dani Jarque en el momento más importante de su carrera, y eso, también son toneladas de credibilidad.

El gol de Iniesta, el Iniesta de mi vida fueron el clímax para muchos, pero es ahora, seis años después, cuando empezamos a vislumbrar el mito que aquello representó. Iniesta no pasaba por allí. Aquel gol de un 6 que tira poco a puerta, y aún así es el mejor futbolista español de todos los tiempos, quizás en parte por esa renuncia que no es renuncia, fue una oda al juego en equipo, y representa algo mucho más profundo.

Cuando Iniesta fichó con 12 años por el Barcelona su equipo era el Alba. Años después, cuando ya era una estrella mundial, no se olvidó del equipo por el que celebró en la plaza de su pueblo un ascenso a Primera, y lo salvó de un descenso económico a Tercera División. Estoy seguro de que Iniesta jugará en el equipo con el que soñaba de niño, el suyo, y el día que debute, allí estaré para aplaudirle, por el fútbol, y por no haber olvidado nunca la alegría inmensa que un equipo pequeño puede suponer en la carrera de un futbolista único, porque, así lo veo yo, gran parte de su carácter y fútbol viene de ahí, de aquel campo de cemento en su pueblo, y de haber celebrado con su Alba.

Vale.