Entra el primer candidato:

„¿Entiende usted que esto no es más que un simple test que queremos hacerle antes de darle el trabajo que usted ha solicitado?

„Sí

„Perfectamente. ¿Cuántas son dos y dos?

„Cuatro.

Entra el segundo candidato:

„¿Está usted listo para el test?

„Sí.

„¿Cuántas son dos y dos?

„Lo que diga el jefe.

El segundo candidato consiguió el trabajo.

Eduardo Galeano

Hay que elegir entre seguridad y libertad y éste es uno de los grandes dilemas a los que nos enfrentamos en la vida, en nuestra sociedad.

No me refiero a la cuestión de la seguridad policial, en absoluto, sino a estas dos opciones ante la vida y que no son compatibles desde mi punto de vista, porque elegir la seguridad en la vida y ante la vida supone renunciar a la libertad y cuando optamos por la libertad rompemos las seguridades para poder volar en nuestra sociedad. Alguien podrá decir que necesitamos seguridades; lo que creo es que necesitamos convicciones y sinceridad. La seguridad exige no pensar, no sentir, que alguien tome las decisiones por mí, y la libertad exige la justicia, el respeto, la dignidad y los derechos fundamentales que tiene una persona para poder madurar y crecer como ciudadano de un mundo plural y diverso.

Veamos algunas situaciones de esta incompatibilidad entre seguridad y libertad.

La ignorancia, el no saber, el no querer saber y profundizar, el no llegar a las causas de las acontecimientos nos da seguridad, porque no nos inquieta, no nos indigna, no provoca en nosotros ninguna reacción, tal vez algún comentario superficial y frívolo. El conocimiento, descubrir las causas de lo que ocurre a nuestro alrededor, contrastar informaciones, leer libros de temas sociales o ver películas€ nos proporciona libertad, porque la libertad exige conocimientos, cultura. No querer pensar nos da seguridad, por eso cambiamos de canal cuando vemos informativos o documentales o programas denuncia, cuántas veces oímos «yo voy al cine a ver películas que me entretengan y no me hagan pensar». La libertad exige que el pensamiento sea crítico. No es de extrañar que las dictaduras lo primero que hacen es acabar con la libertad de pensamiento, con la libertad para obtener conocimientos, no vaya a ser que a la gente le dé por pensar y después actuar.

Muchas veces preferimos la seguridad de obedecer a los que mandan, a los que tienen la ambición de poder y dejamos de ser libres para vivir, para amar, para luchar por los que creemos, para expresar, para decir que no estamos de acuerdo, para discrepar, porque no queremos entrar en conflicto con las directrices de los que ejercen el poder, nos autolimitamos, buscamos la evasión y la justificación, aunque en el fondo sabemos que nos falta coraje. No aceptamos esta sociedad tal y como está montada, la criticamos, gastamos miles de palabras en mostrar nuestro enfado y nuestra indignación, pero al final nos cuesta votar opciones distintas de las clásicas, realizar acciones reivindicativas significativas que cuestione al poder establecido o lo deslegitime. ¿Cuántas ONGs, sindicatos, fundaciones, etc., han preferido la seguridad de las subvenciones a la libertad de la lucha por la justicia social?

Cuando procuramos mantenernos dentro de los parámetros considerados normales y normalizados, dentro de los cauces sociales buscamos la seguridad de los censores, de los hipócritas, de los fariseos ¿Qué pensará la gente si dices eso, si expresas lo otro, si actúas de esa manera? Esta pregunta entierra muchas veces la libertad. Las costumbres y leyes sociales se convierten en barreras y fronteras nuestros sentimientos y comportamientos.

Una de las expresiones más duras, para mí, de esta seguridad es adormecer y anestesiar nuestra sensibilidad y conciencia y nuestra bondad de tal manera que nos acostumbramos a ver las miserias y las tragedias humanas como naturales, que son así, que siempre han sido así y que no se puede hacer nada. Nos acostumbramos a todo, incluso a la pérdida de nuestros derechos y dignidad.

Prefiero la libertad a la seguridad. Con mis incoherencias, prefiero la vida en éxodo, a la intemperie, antes que vivir dentro de los muros de la seguridad que dan las instituciones, las costumbres sociales y los que ostentan el poder. Por eso, no voy a pedir permiso para pensar, sentir y creer en función de mi sensibilidad y conciencia. No voy a pedir permiso al obispo de turno para luchar y amar como lo crea conveniente. Por eso, no comparto con muchos obispos ese desprecio a los gays, a quienes ven como una amenaza; son personas que buscan ser felices. No voy a pedir permiso a los políticos que gobiernan para seguir caminando y luchando por un mundo humanizado y humanizador. No voy a pedir permiso a los banqueros para estar al lado de la gente que van desahuciar, para impedir que las comisiones judiciales ejecuten el lanzamiento o que las fuerzas de orden público nos identifiquen en una entidad financiera una vez pasada el horario de cierre al público. No voy a pedir permiso para abrazar con los ojos cerrados, para acariciar con ternura o besar con todo el cariño del mundo. No voy a pedir permiso a los fariseos, a los murmuradores para manifestarme con expresividad. No voy a pedir permiso para soñar, para intentar hacer realidad esos sueños, para volar libremente. No voy a pedir permiso para vivir la vida como crea, a pesar de mis equivocaciones y contradicciones. ¿Qué preferimos, la libertad o la seguridad?