Donde uno quiere estar puede que sea un concepto mutable en el tiempo y el espacio, o eso dicen los que dudan de todo. O puede ser, simplemente, que haya gente que no tenga certezas, qué sé yo de la vida. Cuando uno reconoce que sabe poco o nada de la vida, no es que gane mucho ni se convierta en mejor persona. Es admitir, quizás, que hay veces que la vida te puede, y ni tan mal. Ver que no sólo una vez no elegiste sentir lo que sientes, sino que te entregaste sin dar ningún tipo de tregua al sentido común, a lo que convenía, a lo que parecía sensato y racional. Interferencias varias, todas las procedentes de lo sensato y lo racional. Descubrir que si lo que abrazas, lo que sueñas, lo que amas, al fin y al cabo, no daña a nadie, sino que hace que brille más el mundo, tu mundo, resulta que no está pasando nada malo. Al fin y al cabo, lo que está pasando es la vida. Sé muy poco o nada de la vida, pero sé que no es bueno llevarte la contraria a ti mismo cuando, lo que sientes, es esencialmente precioso. Temo que miento en esta divagación, claro que sé algo de la vida. El donde quiero estar. Al menos una certeza. Más bien dos. O doce.