Creo que no es apropiado hablar del régimen de 1978. Me gusta más hablar de la democracia española. Desde cualquier punto de vista, la Constitución del 78 abrió las puertas para que España se conectara de nuevo con el movimiento histórico. Por primera vez desde siglos, formalmente conectamos con Europa y se pudo pensar en acompañar la marcha evolutiva de los demás pueblos europeos. Pero el hecho es que las fuerzas que apoyan la Constitución del 78 han llegado a un punto de contradicción objetiva que hace muy difícil encontrar la salida evolutiva a la situación presente a partir de ellas. Esas contradicciones son las que intentan ocultar las opiniones de los literatos, los mayores enemigos de la objetividad política. Si alguien quiere tener un ejemplo de diletantismo y de visceralidad, que lea el artículo de Javier Marías, Veamos a quién admiras. Sin duda, Javier Marías es uno de nuestros mejores novelistas, pero uno de nuestros peores analistas políticos. Los literatos, con las ideas del 1914, llevaron a Europa a la tragedia con su fanatismo personalista, incapaz de rebajar sus pretensiones carismáticas, elaboradas en una esfera de acción social diferente de la política, como la estética, cuya lógica no conoce la responsabilidad por las consecuencias. Nosotros no sólo no podemos dejarnos llevar por estas prácticas, sino que debemos hacer un llamamiento a la contención a la hora de ejercerlas. No podemos producir una ofensa a la democracia española despreciando a seis millones de ciudadanos que creen necesario una opción política distinta de las oficiales hasta ahora.

Esos seis millones de votos no son una legión de caprichosos idiotas o necios, ni defensores de ningún autoritarismo, como dice Marías. Sencillamente observan lo que he llamado las contradicciones de los defensores de la Constitución del 78 y se dan cuenta de que enredan de tal manera al PP y al PSOE que resulta difícil esperar de estos partidos alguna transformación política o reforma institucional. Y ello por la sencilla razón de que no pueden salvarse los dos al mismo tiempo. Se puede salvar Rajoy, si el PSOE se abstiene tras las próximas elecciones.

Pero entonces el PSOE está muerto. Pues ni el más apolítico de los españoles está en condiciones de asumir que las reformas que este país necesita urgentemente puedan ser impulsadas por quien es el máximo responsable político de los casi 850 casos de corrupción sistémica de su partido. Si el PSOE entra en esa operación está condenado a romperse. Ximo Puig no puede quebrar su alianza con Compromís y Podemos en Valencia, ni Iceta la suya con Ada Colau en Barcelona, ni en Zaragoza se puede romper el Gobierno actual que vincula a Podemos con los socialistas, ni en Madrid dejar caer a Carmena. Pero si el PP cambia de líder „lo que parecería un sacrificio mínimo para facilitar la abstención del PSOE„ entonces nadie evitará que la actual estructura del PP pase por el juzgado, amenazando así no solo al PSOE con la fractura, sino al propio PP con una larga etapa de inestabilidad.

El síntoma más claro que muestra que estas fuerzas no pueden encontrar por sí solas una salida para la situación actual es que no tienen solución para el problema catalán. Pero una salida a dicho problema no se puede encontrar sin alterar los verdaderos fundamentos del Estado, que a su vez no pueden reformarse sin afectar los intereses de quienes están por entenderse en la llamada gran coalición. Estos obedecen al pacto verdaderamente constituyente que dio eficacia a la Constitución del 78, el eje Sevilla-Madrid. Esta es la clave para entender los intereses que pujan en favor de la gran coalición. Este pacto funcionó desde que Felipe González se vinculó a las grandes élites centrales, y por eso sale a defenderlo cada vez que lo ve en peligro. En este sentido, su posición objetiva es cercana a la de Aznar. Este pacto tuvo un cómplice beneficiario. Implicó que el PSC no gobernara en Cataluña, presentando candidatos perdedores. Así se llegó a la situación en la que el pujolismo reinaba en el Principado de forma absoluta, mientras en las elecciones generales el electorado catalán se volcaba en apoyar a González como compensación. Los tres ejes sabían de qué iba el juego. Los tres representantes hegemónicos del eje saquearon a los españoles, andaluces y catalanes sin piedad, sabiendo que cada uno pondría la mano en el fuego por el otro. Lo han hecho hasta hace poco y lo seguirán haciendo. La patada en el tablero del sistema la dio Aznar, que creía que podría destruir el pujolismo, sin reparar en medios. Aznar decía Pujol, pero quería decir Cataluña y esta reaccionó como es sabido. En todo este asunto, solo el PNV manifestó tener una clase política compacta y eficaz. Y de hecho, está llamado a tener un papel decisivo en la España del futuro. La vieja Convergencia, sin embargo, acompañará al resto de los saqueadores al abismo.

El caso es que ese pacto está roto y los únicos que todavía confunden ese antiguo acuerdo con la Constitución española del 78 son el PP y el PSOE de Andalucía. Y esas fuerzas ya no son suficientes para sostener nuestro sistema político. En todo caso, no solo no son suficientes para resolver el problema catalán, sino que no pueden resolverlo porque tal cosa implica cambiar de forma radical su centralidad en el usufructo del Estado español. El problema catalán solo se resuelve reequilibrando los receptores de los beneficios económicos que reporta el Estado. Y esos receptores actuales, el eje Madrid-Sevilla, no pueden ya imponer su lógica a todos los demás actores. Ahí están As Mareas, Compromís, En Comú-Podem para defender que el secreto del federalismo consiste en repartir el presupuesto de otra manera.

En estas condiciones, las segundas elecciones „por no hablar de las inquietantes terceras„ no son un azar, sino la prueba del bloqueo que las contradicciones que referimos producen en el sistema político español. Si España fuera una democracia consolidada, demostraría su flexibilidad y una capacidad de integración adecuada para resolver estas contradicciones dando entrada a nuevos actores en el sistema. Para ello, los privilegios que defienden los actores oficiales no deberían serles tan vitales. Para cumplir esa condición, esos actores deberían ser solventes y competitivos, no parasitarios. Pero España no es una democracia de este tipo porque los actores oficiales ni son solventes ni competitivos y necesitan del privilegio del botín del Estado para sobrevivir. De ahí que no puedan permitirse el lujo de ser integradores.

Por eso literatos y escritores oficiales se empeñan en mantener a Podemos fuera del sistema político, como un apestado. Son incapaces de darse cuenta de que esa es una reacción provocada por las contradicciones objetivas y por la inviabilidad del actual sistema político para resolverlas. Su irresponsabilidad y ofuscación, su personalismo, no les permite percibir que de este modo llevan la Constitución del 78 a un colapso inmerecido y prematuro. Sin integrar a Podemos en las reformas del futuro, sin reconocerlo como un actor legítimo y transformador, según el peso específico de su electorado, no habrá salida para la política española.