El pasado lunes, LA OPINIÓN hacía público un informe que pone de relieve que las grandes empresas de la Región han salido de la crisis con menos deuda y más capital propio y que las 721 compañías de aquí, con más de cinco millones de facturación, han reducido sus créditos con las entidades financieras en casi un 20% en 2014, consiguiendo rebajar su endeudamiento en 1.170 millones. Destaca igualmente que, «a pesar de la caída del IPC, en 2013 y 2014 todos los sectores han aumentado la cifra de negocio, lo que supone un aumento en el volumen de ventas» que confirma la recuperación. El informe concluye que «la disminución de la deuda financiera, tanto a corto como a largo plazo, junto con el aumento de la cifra de negocio, nos indica que las empresas murcianas han robustecido su salud financiera y están, así, en condiciones favorables para afrontar con éxito las buenas expectativas de crecimiento económico que se espera que tenga España en 2016».

Y me alegro, nos alegramos infinito de que las empresas de la Región, y todas las de este país, avancen y consigan una rentabilidad sólo al alcance de los elegidos. Sí, me alegro que esto ocurra porque no tengo la más mínima duda de que las empresas y los empresarios son los que generan riqueza, los que producen el tan necesario empleo en una sociedad. Sin ellos no es posible que un pueblo funcione, que una comunidad progrese, pero algo estamos haciendo mal cuando un informe de la Encuesta de Condiciones de Vida (ECV) correspondiente a 2015, que publicó el INE, dice que en este tiempo de crisis el número de personas en riesgo, en la Región, aumentó un 60%, lo que se traduce en que 200.000 murcianos de clase media han caído durante este tiempo en la precariedad económica y casi 568.000 personas viven aquí en el umbral de la pobreza, por no hablar directamente de exclusión.

Y, por desgracia, estos datos que afectan a nuestra tierra, se repiten en esta España, que asiste atónita a los distintos debates electorales donde los expertos de todos los partidos, no importa en qué asunto, hacen tremendos esfuerzos para hacernos entender sus mensajes. Como el pasado domingo, cuando veíamos con sumo interés a sus respectivos portavoces en economía.

Se desarrollaba un interesante debate en una televisión de ámbito nacional y asistían De Guindos, por el Gobierno; Sevilla, por el PSOE; Garitano, por Ciudadanos, y Garzón, por Podemos. Y lo vi con interés porque escuchar a los economistas ahora es sumamente aleccionador, todos parecen llevar razón y todos manifiestan sus ideas con aires de verdad suprema, como si todos ellos estuviesen en los arcanos de esa ciencia tan difusa en la que, al parecer, sólo se acierta cuando ya pasó el huracán. Lo cierto es que todos los españoles nos quedamos atónitos ante la intervención de De Guindos. Ya sé, lo tenía harto difícil porque los otros tres lo convirtieron en el pin, pan, pun, pero lo cierto es que los años de Gobierno le han prestado al señor De Guindos una capacidad de simulación de la realidad, de que su cara no mueva un músculo, diga lo que diga, que comienza a ser preocupante que el ser humano pueda llegar a atesorar tanta capacidad de cinismo como parecía mostrar.

Tanto, que el ministro en funciones era capaz de contarnos sin sonrojarse el país de las maravillas en el que los trabajadores españoles viven.

Según él, somos la envidia del mundo mundial porque nadie como nosotros crece y crece, aunque continuamos estando a la cabeza en desigualdades sociales, los contratos temporales alcanzaran el récord de 17,07 millones en 2015 y los contratos por horas se situaran en 6,4 millones. Y nos hablan de éxito económico. ¿De quienes?