Insisten empresarios, economistas y algunos dirigentes políticos que los resultados electorales del pasado diciembre con unas Cortes abiertas y plurales han supuesto poco menos que una tragedia para España porque la inestabilidad o el vacío de poder genera inseguridad para la llegada de inversiones y provoca fuga de capitales. Es un argumento tan válido como otro cualquiera y no es cuestión de repasar informes y actuaciones sobre cuentas en Suiza, Panamá u otros paraísos fiscales. Lo que sí está claro es que los ciudadanos no tienen la culpa de la incapacidad de sus representantes para hacer un trabajo más elemental que un tema de reválida como es elegir a un presidente de Gobierno. Y ahora toca repetir el examen.

Y para no cambiar, lo primero que se saca a pasear en la campaña es el miedo, el odio y el enfrentamiento. «Comunistas tuneados», llamaba ayer Pedro Antonio Sánchez, presidente del Gobierno regional a la coalición Unidos Podemos. La corrupción es un hecho «púnico y notorio», que forma parte de nuestras vidas, porque «nadie es perfecto», como dice Rajoy parodiando la secuencia final de la película Con faldas y a lo loco.

Los sondeos del CIS han levantado un frente peligroso con los discursos de populares y algunos sectores socialistas, demonizando a los 'podemitas', que cuentan a priori con millones de respaldos de ciudadanos de este país. No es cuestión de rememorar 'contubernios judeomasónicos' de la dictadura o tirar de hemerotecas sobre los calificativos que sectores de derechas hicieron hasta de los centristas de Adolfo Suárez.

«Las previsiones no son malas, esperemos que en estos quince días los jueces y los fiscales se queden quietos y respeten la campaña», comentaba un histórico militante popular en el mitin de Rajoy. El recurrir al miedo debería estar penalizado en cualquier campaña, como lo está en la vida civil la extorsión, la corrupción o el cohecho.

Las elecciones generales se vuelven a celebrar seis meses después tras el fracaso de los elegidos por el pueblo. Carlos Marx escribía en el Brumario de Luis Napoleón, que la historia siempre se repite: «la primera vez como tragedia y la segunda como farsa». Esperemos que en esta ocasión no sea así.