Desde que me muevo por las Américas no son pocas las veces que he oído este discurso en boca de nuestros hermanos latinoamericanos: la culpa de todo es de los españoles. Si nos hubieran colonizado gentes más civilizadas como los ingleses o los alemanes ahora estaríamos mucho más desarrollados de lo que estamos. Pues sí, o estaríais tan muertos como Toro Sentado, cabría añadir.

En fin, la semana pasada andaba yo por un congreso interuniversitario en el que impartí una ponencia y escuché a los colegas. El jefe de investigación de una universidad de cuyo nombre no quiero acordarme inauguró el congreso explicándonos el porqué del retraso científico y académico local y las formas y modos de corregirlo. Todo muy sensato, moderado y correcto hasta que, medio en broma, medio en serio, se descolgó con la consabida idea: en el fondo, si estamos así es porque nos colonizaron los españoles y no los ingleses. Según me dijeron a posteriori, mis alumnos, que estaban presentes sentados a mi lado, tragaron saliva al oírle, pues saben cómo me las gasto y saben (así de loco estoy) lo orgulloso que me siento de ser español. La verdad es que no le interrumpí ni le dije nada. Era la conferencia inaugural, no se esperaban preguntas y haber levantado la mano para cagarme en la madre del organizador, me cago en tu madre, mi querido amigo, me parecía un poco desabrido hasta para mis altos y refinados estándares de tocacojonismo profesional. Me arrepiento. Debería haberlo hecho. Por no haberlo hecho, me desahogo ahora con ustedes.

Lo de que los españoles somos los culpables del subdesarrollo latinoamericano no es nuevo. Ese gran maestro del humor, tan poco valorado, Adolf Hitler, ya lo decía en Mi lucha: de nosotros es la culpa de que el subcontinente esté así. Si hubiéramos exterminado a todos los locales, como tan primorosamente hicieron los ingleses en el Norte, y no hubiéramos corrompido a la raza aria con sangre indígena y negra, ahora Suramérica sería un paraíso. Pero, ay, los españoles somos unos guarros y nuestra existencia es un continuo culito veo, culito quiero. Así que la cosa se fastidió y yo hoy le doy clase a mi pueblo mezclado con otros mil. Dicho sea de paso, y sin ánimo de ofender al bueno de Adolf, comprendo perfectamente a mis barbudos antepasados conquistadores. Y el que no los comprenda es porque nunca se las ha visto con la sonrisa de una mulata al borde del mar durante la puesta de sol. Pobres imbéciles racistas, no saben lo que se pierden.

¿Saben qué? Al jefe de investigación de aquella universidad, así como a todos los que he oído en este par de años diciendo la soplapollez que da título a esta columna, les podría remitir a una hermosa montaña de literatura económica y política que explica bastante mejor que un prejuicio racista (muérete, Weber) el porqué del atraso latinoamericano. Podría resumirla en Robinson recordándonos que el que casi todos los países de Latinoamérica tengan a su mando en el siglo XXI a las mismas familias que tenían a principios del XIX tal vez tenga alguna relevancia. O recordando que Jamaica y Belice fueron colonizadas por los ingleses y hoy no son precisamente Suiza y Dinamarca, pues lo que determinó la forma de hacer la colonización no fue el colonizador, sino el colonizado, su número y la riqueza de sus tierras. O que Japón en 1868 era un país feudal y menos de cuarenta años más tarde se comía con patatas a Rusia, mientras que Latinoamérica cuando se independizó era pobre, desigual y corrupta y doscientos años más tarde sigue siendo pobre, desigual y corrupta.

Al jefe de investigación de aquella universidad le podría decir que tal vez la responsabilidad sobre mi vida sea mía y no de los españoles. O de los gringos. O del capitalismo internacional. O de todo el maldito universo que conspira contra nosotros y logra el asombroso logro de que una de las regiones más ricas en recursos del mundo tenga decenas de millones de personas viviendo por debajo del umbral de la pobreza.

Al jefe de investigación de aquella universidad le podría sugerir que tal vez la culpa sea de las instituciones políticas. O de la democracia y su ausencia. O de las élites que parasitan y clientelizan sus países desde que echaron a los españoles no en nombre de la libertad, sino del mantenimiento de sus privilegios amenazados por las ideas liberales que llegaban de Europa. Pues tal vez los responsables de sus vidas sean aquellos que las viven y no los que les precedieron hace dos siglos. Y eso también se nos aplica a los españoles.

Le podría decir que los españoles no se fueron. Siguen en Latinoamérica. En su sangre mezclada durante siglos. En su lengua atesorada por generaciones. En su cultura. En su fe. En todo lo que somos las dos almas de un mismo ser que viven separadas por un océano y que sólo un necio puede considerar entes ajenos. Porque usted, mi querido jefe de investigación, es español como lo soy yo y todos los latinoamericanos deberían tener pasaporte de españoles si no fuera porque en mi lado del mar también los hay con tan pocas luces como usted.

Españoles como lo eran esos salvajes de barbas cerradas y manos poderosas que cruzaron los mares sedientos de oro y mujeres, que arrasaron imperios y devastaron selvas, que subieron montañas y exploraron ríos infinitos en nombre de su dios, de su rey, de su honor y de tenerlos grandes como dudo que ningún otro pueblo desde los romanos los haya tenido. Así que sí, la culpa de todo es de los españoles. ¿Y sabe usted qué? Que me siento muy orgulloso de que mi abuelo se llevara al catre a su abuela. En primer lugar, porque eso le permite a usted decir las tonterías que le dice a sus alumnos. Y, en segundo, porque si mi abuelo hubiera sido un inglés, yo ahora no estaría hablando con nadie porque ni usted, ni su maravilloso pueblo mestizo, habría existido nunca.