El ser humano tiene el odioso defecto de no rectificar ante su torpeza. Menos mal que cuenta a un tiempo con valiosísimas virtudes, como la de aprovechar sus propias imperfecciones para avanzar. Como saben, al ser humano le encanta todo lo que va enlatado: mejillones en escabeche en lata; fabada en lata; calderico en lata; cerveza de lata€ Y como intuyen, especialmente si de contener líquidos se trata, esta lata no se compra sola, suele ser adquirida en lo que se conoce como pack. Caliente, caliente, nos vamos acercando.

Cuando el individuo humano se lleva a casa el pack de lo-que-sea para amenizar los partidos de fútbol que visualiza muchas noches frente al televisor, el embalaje que facilita que las latas que conforman el pack puedan ser transportadas todas a una acaba, en la mayoría de los casos, tal cual en la basura. A algunos les parecerá deportivo tirar el trozo de plástico en forma de anillos olímpicos incoloros en el contenedor amarillo. Sin embargo, como muchas veces se nos ha advertido, si no cortamos previamente ese embalaje, convirtiendo los circulitos en una imperfecta tira de plástico, casi con total seguridad estamos condenando a una muerte atroz a una larga lista de especies animales: roedores, aves, delfínidos, cetáceos, tortugas€

Sí señores, les recuerdo que toda acción lleva inexorablemente a una reacción que no siempre es bienvenida. Lo que hacemos en la cocina de nuestra casa puede tener penosas consecuencias en un remoto e indeterminado punto del Atlántico. Ya saben, lo de la mariposa y el huracán. En todo esto han estado pensando durante meses, si no años, en una fábrica de cerveza de Florida, dando como resultado la creación de un embalaje comestible para peces y tortugas. Algún directivo pensante, no sabemos si por el bien del Planeta o simplemente como una valiosa estrategia para ofrecer una intachable imagen de la empresa, qué más da, hizo cálculos: nada más que en Estados Unidos ocho mil toneladas de deshechos acaban en aguas marinas cada temporada, conteniendo toneladas de plásticos generadas directamente del consumo de unos trece mil millones litros de cerveza en lata al año.

Está claro que cuando el ser humano se empeña puede pensar a un tiempo en su beneficio como individuo sin producir por ello daños colaterales sobre el colectivo. El problema es que este tipo de actitudes son aún un rara avis, y probablemente para cuando se extienda y normalice, el Mar Menor tendrá bastante más de menor que de mar.