Se nos llena la boca de decir que como aquí no se vive en ningún lado y no hay más que echar un vistazo para percatarse de lo condesciendientes que somos con nuestro podio. A los retretes del estadio de la final copera „si volviera a llamarse ´de España´, y convalidada su diversidad no se tocara el himno, nos evitaríamos ese disloque pero nos va la marcha real„ daba fatiga entrar, convertidos en afluentes del Manzanares desde el umbral de acceso, algo completamente razonable cuando sólo se han apoquinado cien euros por cabeza. Los invitados, menos. Por eso es lógico que el empitonado desde la grada sea el trencilla, que los organizadores se vayan de rositas con las botas puestas y que las asociaciones de consumidores, dado el papel al que han sido propulsadas, no cesen de consumirse.

Pero tampoco es que necesitemos de nadie a fin de montar el chiringuito. Ya saben que existen compatriotas que se presentan a las cinco de la mañana en el litoral para clavar la sombrilla y regresar al sobre hasta que dé la hora católica de bañarse. Lo mismo pasa con los espás. Hay quienes se cogen un chorro y se lo adjudican como si lo hubiesen adquirido en pública subasta. Tanto que echan mano de guiños para ceder la propiedad al acompañante y que el resto de paganos aspirantes al turno se mueran de asco. Si así se relajan, habrá que verlos atacados.

Pero para alcanzar un estatus de estas proporciones es conveniente echar los dientes en el proceso. Unos jóvenes afiliados a tardeos y demás movidas callejeras se desplazan a Vitoria a vivir unas jornadas de reflexión.

Al acarrear el desplazamiento una paliza, ponderan el silencio que les permite descansar. En el lugar de residencia, no; pero de visita, que haya paz. También por eso lugares como el aludido encabezan el registro de calidad de vida, no solo por el trazado y la rehabilitación. Es por el conjunto y no por meterte sin consentimiento el chunda-chunda en casa. Pero es lo que en realidad nos distingue. No saber estar sin hipotecas.